Ciudadanos
¿Quo vadis, Rivera?
Necesitamos un partido bisagra. Y mucho mejor que sea Ciudadanos antes que Podemos. La frase es de un ministro del Gobierno con peso, de los llamados «pata negra» en el equipo de Mariano Rajoy, con experiencia en anteriores citas electorales. Durante un encuentro este verano con un reducido grupo de empresarios y periodistas, con la presencia de algún «gurú» sociológico aspirante a heredero de Pedro Arriola, el análisis es claro. El PP ganará las próximas elecciones generales, según todos los sondeos, pero su lejanía de la mayoría absoluta exige pactos importantes. En su día, Felipe González y José María Aznar los hicieron con Jordi Pujol y Xavier Arzallus. ¡Quién lo diría! Nadie pudo predecir lo acontecido y que los delirio de Artur Mas vaticinen un escenario tan distinto, complejo y difícil.
Erigido en el cambio sensato que tanto invoca, obsesionado con la figura de Adolfo Suárez y sus pactos de La Moncloa, el joven Albert Rivera es firme candidato a la presidencia del Gobierno de España. Pero ni estamos en los años de la Transición, ni la sociedad española es la misma. El líder de Ciudadanos empezó fuerte en Cataluña con un discurso valeroso contra la independencia, pero ha de comprobar ahora si ello es suficiente en el resto del país. Sus bandazos tras las elecciones del 24 de mayo, sus apoyos al PP en un caso y al PSOE en otros, revelan todavía un político sin estrategia definida y un partido con ideología variopinta. Aunque la mayoría de sus votantes proceden del centro-derecha desencantado, Rivera insiste en ser transversal hasta el final. Esto no dura eternamente.
Un experto sociólogo curtido en mil batallas, que trabajó en las más importantes campañas del PSOE, entre ellas las que lograron la mayoría absoluta, define la estrategia de Albert Rivera con un título de película: «¿Quo vadis?». ¿A dónde vas?, la gran pregunta narrada en los textos bíblicos entre Jesús y Pedro. Tal parece ser el líder de C´s, a veces angelical en su oferta de cambio, otras en pleno drama denunciando una España negra y mal gestionada. Unas, a favor del PP, pero con enormes lagunas en el caso de Madrid. Otras, claramente alineadas con el PSOE en Andalucía, pasando por encima de los ERE y otras corruptelas. Hete aquí el gran dilema y la encrucijada de Albert Rivera. Pero tú, ¿a dónde vas?, le insistió recientemente un empresario del IBEX. «Yo soy el líder tranquilo», respondió Rivera. «Vale, pero ya nos dirás con quién», atajó el «halcón» financiero.
Le quedan siglos para llegar a ser cómo Adolfo Suárez, aunque exhibe aires de predicador contra la corrupción y agallas en su política de pactos. Tras unas municipales, vale. Pero no después de unas generales. España no está ya para caras bonitas y frases limpias, necesita gestores brillantes y resultados concretos. Este campeón de natación que militó en el PP habrá de enseñar sus cartas, porque no se puede quedar bien con todo el mundo al mismo tiempo. Es amable, educado y vende un cambio tranquilo, pero los votantes quieren hechos y no dobles varas de medir. De momento, tras un auge inusitado, las encuestas empiezan a darle algo la espalda. Tal vez, por esa indefinición según convenga.
En privado, confiesa tener muchas cosas en común, generacionalmente, por edad y hasta por físico, con el líder socialista, Pedro Sánchez. Pero también critica sin tapujos su entrega absoluta a los radicales de Podemos y, sobre todo, sus veleidades en Cataluña donde al dirigente de C´s el discurso contra la independencia le ha dado muchos réditos. Albert Rivera, avezado nadador, deberá sincronizar la jugada. De lo contrario, puede ahogarse sin remedio. Sin salir a flote.
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