Real Madrid

Radicales

La Razón
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Hay una emisora de radio catalana que interrumpe la transmisión del partido del Madrid cuando la victoria merengue es irrevocable. La narración y los comentarios son antimadridistas y ése es el gancho para una audiencia predispuesta a la castración lúdica con tal de escuchar lo que desea y de certificar la derrota del enemigo. Si no es así, alguien apaga la luz roja y pone un disco. Es como quedarse en el primer descansillo de la Torre Eiffel o en el piso 40 del Empire pudiendo subir hasta el 102 sin padecer de vértigos. Cuestión de gustos, de masoquismo o de extremaunción.

A propósito de criterios tan dispares como ésos y de otros en sintonía, escibe Sergi Pàmies en La Vanguardia que todos ellos, sumados «a la evolución del periodismo deportivo, que sigue explotando irresponsablemente la discordia recreativa como filón de visceralidad, imponen el monocultivo de la confrontación como gran ingrediente de la experiencia del aficionado».

No es de extrañar, por tanto, que la radicalización en determinado pseudoperiodismo deportivo, y no sólo deportivo, asalte el graderío. En Roland Garros, Garbiñe Muguruza, capaz de descentrarse con el vuelo de una mosca, como Verdasco, terminó la jornada entre lágrimas. No entendía el comportamiento del público francés. En Río, Renaud Lavillenie lloró en el podio mientras le colgaban la medalla de plata porque la «torcida» brasileña incluso en ese acto reverencial seguía silbándole. Parecía poco jalear el oro del compatriota Thiago Braz. Bochorno radical.