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Rajoy: Liderazgo a la gallega para la gran crisis

La Razón
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Siempre que he sido requerido para dar una opinión profesional sobre el estilo de liderazgo de Mariano Rajoy he explicado que las claves de su éxito no son fácilmente clasificables. Como saben todos los que me siguen con regularidad suelo dividir a los líderes políticos en dos grandes grupos: los líderes transformadores y los transaccionales. O dicho de otra forma, de un lado, los inspiradores y carismáticos: aquellos que, con una intervención emocional, un atractivo discurso público o simples apretones de manos arrastran un turbión de voluntades y lealtades tras de sí; de otro, los de un perfil más bajo: «los que no inspiran... pero gestionan», «los que no emocionan... pero ganan». Mariano Rajoy no encaja, claramente, entre los primeros, pero tampoco puede ser encasillado como un simple gestor, carente de «alma política». Su estilo de liderazgo es atípico, poco habitual.

El presidente del Gobierno es un puro líder «a la gallega»... muy italianizado. Un estilo que en el sistema de clasificación de personalidad Eneagrama sería el «9» . Los pertenecientes a este grupo son modestos y pacientes, amables y optimistas, generosos y fiables, despistados y pasivos. Las frases que les definen son: «Tranquilos, que todo se arregla», «No pasa nada» , «No le des tanta importancia» , «Decide tú que todo me va bien». Rajoy en estado puro. Gallego y político hasta el tuétano. Son tercos y lentos en sus ritmos... y no les gusta la presión. Todos saben a estas alturas que el bueno de don Mariano... ¡es el líder menos presionable del mundo! Éste es el estilo de personalidades como el Dalai Lama, Jimmy Carter, el Rey Felipe VI, Gerarld Ford, Sancho Panza. ¿Les encaja verdad? Es conocida su destreza y maestría en el manejo de los tiempos: deja que las cosas «se pudran»... sólo aparentemente, hasta que llega el momento clave en el que interviene y resuelve cualquier cuestión. Es también digna de elogio, para no ser italiano, su habilidad en la práctica del «catenaccio»: al igual que el sistema defensivo que tantos éxitos reportó a la selección «azzurra», Rajoy establece un «cerrojo» político en su área de control prácticamente inexpugnable. Espera al adversario, llega incluso a darle metros... hasta que le «bloquea» o, directamente, le anula. Un estilo extraordinariamente similar al que llevó a Giulio Andreotti a la presidencia de Italia en siete ocasiones. Rajoy, como Andreotti, conoce y aplica hasta el límite la vieja máxima de «il divo»: «El poder desgasta... sobre todo a quien no lo tiene».

Esta astucia política le ha ido muy bien al gallego... ¡hasta ahora!

Tan bien le ha ido, al astuto «comandante en jefe» que en casi cuarenta años de vida política no ha cometido ningún error de bulto. Nada que haya resultado fatal. Se ha mantenido al margen de las tormentas en las que podría haber resultado herido o muerto. Ha resistido los embates de las crisis que le han impactado de lleno... y ha salvado siempre la cara. Ha establecido, en fin, cortafuegos, a través de terceras personas, cuando ha sido necesario. Pero, en este momento, todo se ha tornado diferente. Hoy se encuentra frente a una crisis que se parece, cada vez más, a una «ciclogénesis explosiva».

¿El principio del fin? No necesariamente. Es sabido que el poder es hormigón de la mejor calidad para cualquier organización política. Es la argamasa que mantiene unidas a las distintas familias ideológicas, a raya los egos y opacadas y fuera de foco las cainitas y habituales luchas internas que tienen lugar en la vida de un partido. Cuando el viento sopla de cola, hay poder –traducido en cargos y dinero público para repartir y contentar a todos– y nadie levanta la voz. Pero las cosas distan ya mucho de seguir siendo así. La pésima gestión de una crisis que ha llevado... ¡35 días después! a la renuncia de la presidenta madrileña Cristina Cifuentes, ha hecho que pinten bastos, como nunca, para el PP. Buena parte de la opinión pública, analistas y expertos, yo mismo, entienden, entendemos, que Rajoy ha reaccionado con contundencia... pero tarde.

Esta frase, ya célebre del: «La quiero fuera antes de las doce» debería haber sido pronunciada hace semanas. Los españoles nos habríamos ahorrado un gran bochorno, la ciudadana Cristina Cifuentes Cuenca se hubiera evitado una cruel humillación pública... y Mariano Rajoy habría eludido un gravísimo problema que está afectando de lleno a la línea de flotación de su marca política y a sus expectativas electorales. Frente a él, una formación, Ciudadanos, que, sin hacer apenas más que sentarse y esperar, asciende «en flecha» en las encuestas, comiendo votos a chorros al PP. Se puede decir que Rivera se está «Rajoynizando», y frente a la torpeza constante de los de Génova, se frota las manos cada vez que toma la iniciativa en respuesta a los errores del equipo gubernamental.

Me atrevo a decir que el PP está atravesando una de las peores crisis de toda su historia. Desde su refundación en 1990, la formación que sostiene hoy al Gobierno de España jamás ha tenido que enfrentarse a una situación de desmembramiento como la que padece en este momento. Es una crisis de identidad en toda regla. La peor enfermedad para cualquier organización política, mil veces peor que la corrupción. De la experta mano –izquierda, y también la derecha, porque me temo que va a necesitar las dos– del líder gallego dependerá que la situación se descomponga, para él y para los suyos, o que «la pesadilla Cifuentes» sea el principio del fin del PP y la confirmación definitiva del ascenso al estrellato del ciudadano Rivera.