Alfonso Ussía
Rana
Con las excepciones del fútbol y el tenis, mis habilidades deportivas no merecen un elogio excesivo. En el fútbol fui un gran jugador y Netzer me copió los largos desplazamientos de balón en pos de un compañero de equipo desmarcado. Se me apodó en los espacios deportivos de San Sebastián la «Quisquilla de Ondarreta», por el exagerado tono carmesí que coloreaba mi rostro como consecuencia del esfuerzo. En el tenis, ya lo he contado en diferentes ocasiones, pude llegar a lo más alto, y si no lo hice fue por culpa de mi compañera en los dobles-mixtos, Esperanza Aguirre, de extremada torpeza en los «smash» y las voleas. No obstante, y en competiciones individuales alcancé durante tres años consecutivos los octavos de final del trofeo «Xabier de Satrústegui» siendo eliminado en las tres ediciones por el mismo contrincante, Francisco José Palanca, poseedor de un saque demoledor. Me entusiasman los bolos montañeses, pero no puedo, honradamente, incluirme en la relación de los elegidos en tan difícil y maravillosa especialidad deportiva. Remo bien, pero no compito, y creo que al fin, ya con el otoño instalado en mis sienes, he encontrado el deporte en el que puedo considerarme un maestro consumado. Se trata del Juego de la Rana, cuya ausencia en la lista de los deportes olímpicos me tiene constante y desagradablemente sorprendido.
Aquí en La Montaña, se organizan importantes competiciones de Rana. La más importante del verano, El Torneo «Condes de Labarces», que equivale en el golf al Open Británico. Se disputa por parejas mixtas y lo he ganado en cuatro ocasiones, teniendo como compañeras a Pía Santos-Suárez, María Contreras, Icíar Aguirrebengoa y Graciela Fernández Nespral, ésta última de la Federación Asturiana. No es necesario que explique los promenores consistentes del juego. Una mesa con un cajón, en cuya planicie superior se halla una rana de hierro con la boca levemente abierta y por la que hay que introducir unas pesadas fichas metálicas que apenas caben entre los labios del pringoso batracio del orden de los anuros.
Existen otros elementos de puntuación, como son el puente y el molinete, así como algunos agujeros en la planicie que otorgan puntos a los que no dominan el deporte. Mercedes Álvarez de Toledo, extraordinaria jugadora de bolos, no lo es de la Rana, lo cual es recurrente tema de conversación en los diferentes clubes, restaurantes y bares de la zona de Comillas. Y de larga familia Hornedo, la que mejor se adapta a la pista es Pili, aunque su buen estilo no siempre coincide con la efectividad. Lo contrario que Mari Villalba, la temida tigresa de la Rana.
Este año, se disputará en los últimos días de agosto, y aquí me tienen, en pleno entrenamiento. Dos abdominales antes de desayunar y un abdominal posterior al desayuno, porque de esforzarme en otros dos hay graves riesgos de arrojar lo desayunado. Por caerse de una hamaca en plena siesta, en esta edición no se presentará Ricardo Escalante, si bien enviará en nombre de su familia al gran ranista sevillano Domingo Luis Cue, recién llegado de Venecia donde ha adquirido un precioso jarrón de cristal de Murano. Y como en los lugares tradicionales del norte, y Comillas y sus alrededores lo son por excelencia, no hay torneo deportivo que se precie si no compiten, por lo menos, cuatro miembros de la nobleza. En la presente edición ya se han apuntado cinco, tres condes y dos marqueses. El anfitrión, conde de Labarces, José Manuel García, conde de la Sierra del Escudo, la anteriormente mencionada María Contreras, condesa de la Estatua, y dos marqueses cuyas identidades guardo porque van a constituir una agradable sorpresa. Han rechazado la invitación de los organizadores Gunilla Von Bismark y Paquirrín. Ni la una ni el otro vienen.
Total abandono del alcohol y reducción drástica de cigarrillos. Renuncia a los huevos carlistas, también conocidos por encapotados, mi plato preferido. Una corta carrera por la orilla a primerísimas horas de la mañana. Escorzos muelles para aligerar michelines. Prohibición absoluta de jugar a la peonza con la finalidad de no acostumbrar a los dedos de la mano derecha a efectuar movimientos nada recomendables para introducir las fichas en la boca del antipático bicho. Y tres horas de siesta, con posterior masaje lumbar y extensión de aceites calmantes.
Les tendré informados de los resultados, siempre que, después de escribir este artículo, no me hayan expulsado de LA RAZÓN.
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