Restringido
¿Recortar la inteligencia?
Cuando escucho algunas reflexiones y propuestas de los dirigentes de Podemos me invade una profunda preocupación. La última perla la hemos conocido a través de una entrevista concedida por el Sr Iglesias: «Hay demasiadas universidades en España, no se si habría que cerrar algunas». Se me ocurren varias preguntas: ¿quién se recortaría y prescindiría de una parte del cerebro? o ¿quién renunciaría a parte de su inteligencia? Entonces, ¿por qué hay quien se plantea recortar la inteligencia de la sociedad?
Existe un mantra generado desde algunos sectores ideológicos acerca del funcionamiento y el papel de la educación superior española que insiste en la necesidad de reducir el número de universidades. Los argumentos habituales son que ninguna está entre las cien mejores del mundo, que se han convertido en máquinas de crear parados, que están mal gestionadas y que lo sensato es disminuir su número y aumentar la calidad de las que queden.
Es cierto que ninguna universidad española está en el top 100, pero nuestros jóvenes ingenieros son requeridos por empresas alemanas y austriacas y nuestros médicos y profesionales de enfermería son requeridos por el NHS británico, todo ello a pesar de tener una inversión en educación del 20% menos que la media de la OCDE. Algunas de las universidades de ese ranking mundial duplican en presupuesto a las españolas. Sin embargo, entre las universidades de menos de 25 años tenemos dos que están entre las 10 primeras: Carlos III de Madrid y Pompeu Fabra de Barcelona.
En España hay demasiado desempleo, pero los universitarios tienen la mitad de tasa de paro que los que no van a la universidad. Los titulados con máster y posgrado tienen un paro registrado de la tercera parte que la media de la sociedad. Además, realizan un buen aprovechamiento de la inversión que hace el país en ellos, acaban los estudios en su edad en mayor número que la media de la OCDE.
Cuando se afirma que hay muchas universidades, ¿con quién se nos compara? Porque en Reino Unido hay 1 universidad por cada 253.000 habitantes, en EE UU 1 por cada 94.000. Sin embargo, en España 1 por cada 582.000 habitantes.
El gran hacendista J. Buchanan sugiere la existencia de lo que denominó «bienes preferentes», es decir, que satisfacen necesidades individuales, pero también de toda la sociedad. La educación tiene estas características. Un país es más poderoso cuanto mejor formados estén sus ciudadanos. A este hecho lo llaman los economistas externalidad positiva. Es cuando se requiere que los poderes públicos actúen e inviertan porque la cantidad de servicios que se prestan es siempre menor de la que sería óptima.
La universidad tiene una importancia crucial para la cultura, para nutrir el civismo en nuestra sociedad, para el propio desarrollo de la persona. Sólo desde esa perspectiva podremos comprender por qué los estudios universitarios se han convertido en una ambición de la inmensa mayoría de las familias. Hay encuestas de los años 60 que mostraban que hasta en los sectores más alejados del mundo universitario la mayoría de las familias deseaban que sus hijos fueran a la universidad. Y fue la expansión de nuestras universidades lo que hizo que muchas familias lograsen su sueño.
Cuando un dirigente político asume lo que considera una opinión que ha calado en amplios sectores y la antepone a los principios y valores que deben ser la estructura de todo proyecto político, profundiza en el pantanoso terreno del populismo.
España necesita debates serios que tienen que hacerse lejos de los focos del oportunismo o las modas. Decía Pericles que «en lugar de considerar a la discusión como una piedra que nos hace tropezar en nuestro camino a la acción, pensamos que es preliminar a cualquier decisión sabia».
He echado en falta en la campaña electoral un debate riguroso sobre muchas cosas, sistema sanitario, modelos fiscales, educación y modelo económico. Pero hay un debate cuya ausencia me ha sorprendido: el modelo universitario y el futuro de la universidad. El futuro de España se dirime en cuál sea su sistema educativo y el futuro de la economía en cuál sea el sistema universitario.
Los políticos que aspiran a gobernar deberían dejar claro para qué quieren el poder, y los ciudadanos preguntarse para qué creen que quieren el poder los aspirantes. Nuestras vidas dependen de lo que haga con el poder quien lo ostente.
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