Martín Prieto

Redundancia federalista

Mueve a la melancolía escuchar a un hombre inteligente como Pérez Rubalcaba (¿ o sólo un listo oportunista?) pedir a gritos desde un atril el Estado federal como pócima para los males de la nación. España es un Estado federal apellidado autonómico por razones de coyuntura histórica, y en el mundo existen federaciones y confederaciones estatales que van de lo meramente nominal a hipercompetencias que no rebasan las de una región española. Incluso el Concierto vasco ( rechazado en su momento por la Generalitat al no considerarlo rentable) y el Amejoramiento del Fuero navarro son mecanismos necesarios, incomprensibles para el federalismo pero explicables desde nuestra paleontología política. Rubalcaba sabe de primera mano que entre 1975 a 1978, para los albañiles de la Transición y una sociedad azuzada por sus fantasmas, el Estado Federal fue tabú y se dieron circunloquios semánticos hasta consensuar el Estado autonómico y el café para todos. Un federalismo a la española, es decir: sin costuras y desaforado, multiplicador del centralismo y con genoma centrípeto. Así fue acordado desde los comunistas hasta la derecha. Cayo Lara ha recordado en Cortes las palabras del presidente de la efímera I República federal, Estanislao Figueras, a su Consejo de Ministros: «Señores, ya no aguanto más. Voy a serles franco: ¡estoy hasta los cojones de todos vosotros!». Y lo dijo en catalán. Cayo Lara podía haber recordado también que el presidente Figueras dejó su dimisión semioculta en su despacho, paseó por el madrileño Paseo del Retiro, subió a un expreso en la Estación de Atocha y no se bajó hasta llegar a París. Ahora no sufrimos la tercera guerra carlista ni la insurgencia en Cuba pero padecemos suficientes ganglios de descohesión territorial como para federalizar la enfermedad, y no ya reformar la Constitución sino redactar otra de nueva planta, ir a otro régimen con la fe del insensato voluntarista que da un paso al frente en el borde del acantilado. Con el federalismo que no explican nuestras izquierdas, más centralistas que el chauvinismo francés, abandonan la metáfora para ahogarse en la redundancia. Mientras el «Voyager» abandona el Sistema Solar, en el Foro estamos retornando al siglo XIX.