España

Referéndum de vocingleros

Nuestra sociedad vive tan inmersa en la imagen, tan pendiente de la televisión, los telediarios y las revistas ilustradas pero sin textos, que ya sólo atiende a lo que esos medios puedan ofrecer y no realiza ni la más elemental reflexión sobre aquello que se le muestra.

Cuando el Rey Juan Carlos I tomó la decisión de abdicar en su heredero, los medios se esmeraron en análisis y ponderaciones y se volcaron en recordar la trayectoria de un reinado memorable. Como postre de tal acontecimiento, unos grupúsculos de personas organizaron algaradas de poca monta y menor asistencia con las que han querido hacer constar su sistemático antisistema y sus deseos políticos de destruir las normas por las que se rige la sociedad.

Como sus exhibiciones son coloristas y repiten eslóganes que pueden fotografiarse y los asistentes contestan con delectación a quienes les entrevistan, determinadas empresas de comunicación acogieron con entusiasmo estas micromanifestaciones y las han aireado y presentado como si fueran el oráculo popular y presentaran un programa serio y con respaldo.

Por supuesto que no es comparable la importancia y el peso político de la figura del Rey de España comunicando a España su decisión de abdicar porque cree que ha llegado el momento de que S.M. Felipe VI tome las riendas del país, pero resulta que ésa es una novedad de una sola fotografía, se puede repetir hasta la saciedad y sigue siendo una monumental noticia pero una única imagen. Para tantos publicistas, educados en la escuela de buscar «titulares», un acto histórico se consume en cuanto deja de ser nuevo y es necesario sustituir la noticia importante por la intrascendente que ha ocurrido después en el tiempo.

Se buscan los fuegos artificiales que resultan muy lúcidos, pero que se apagan casi al nacer y luego no se recuerdan porque no hay razón para hacerlo. Esa postura, ligera y frívola, distorsiona la realidad y al equiparar actos fundamentales con verbenas sin público ayuda a confundir a una sociedad cuya fuente de información se ha reducido a las distintas televisiones.

La democracia es un sistema en que el control del poder, núcleo del derecho político, se encomienda cíclicamente al voto de los ciudadanos y con él premia los aciertos o castiga los posibles abusos, para que luego todos, independientemente de cual fuera su opinión, acaten las consecuencias hasta los siguientes comicios. Lo contrario haría ingobernable la sociedad, si cada decisión conllevara un referéndum, los ciudadanos estarían votando constantemente y nadie podría ocuparse de la cosa pública.

Cuando el Rey da paso a su heredero, conocido desde su nacimiento y cuya educación y trayectoria es del dominio público, surgen gentes que desean cuestionar los fundamentos de la sociedad y modificar todas las estructuras.

La monarquía, como forma de gobierno, ofrece dos ventajas sobre cualquier otra, una es la independencia: el Rey está al frente del Estado ajeno a cualquier partido, libre de todo grupo de presión, nada debe a las fuerzas económicas ni a los sindicatos, tampoco a élites sociales ni a movimientos sociales, es el Jefe del Estado porque desciende del asturiano Pelayo, de Fernando el Santo, de Jaime el conquistador, de Fernando e Isabel que en el siglo XV construyen el primer Estado europeo, de Felipe II y de FelipeV, los dos reyes que estructuraron España. La independencia en la persona del Rey es un valor incuestionable y origen de la autoritas de la que goza. ¿Qué ocurriría con un Jefe de Estado, miembro de un partido político? Dejo a la conciencia de los lectores la contestación.

La segunda ventaja es el automatismo en la sucesión. La sucesión en el poder, en todo poder, es siempre un momento delicado cuando no traumático, y eso sucede en las empresas, en los partidos políticos, en las familias y por supuesto en las naciones. Pues bien en una monarquía el sucesor está determinado, se sabe en todo momento quién es el designado, no existen dudas ni posibilidad de buscar una alternativa favorable a los intereses de un partido u otro, de una forma de entender la cosa pública o su contraria, no, en la monarquía el sucesor es el heredero, automáticamente. La estabilidad garantizada.

Por extraño que parezca, esa estabilidad, ese orden en la sociedad es lo que esos grupúsculos quieren destruir, desean que no se produzca, buscan la incertidumbre cuando no el salto al vacío. En el momento en que se pone en práctica la norma que garantiza la solidez social, claman por su abolición y hacen bien pues saben que la seguridad en la sucesión comunica fortaleza a la comunidad que desean acabar.

Las ventajas sociales del orden son tantas y tan evidentes que Goethe pudo exclamar: «Prefiero la injusticia al desorden», porque el desorden es la mayor de las injusticias.