José María Marco

Reforma educativa

La LOMCE, la ley de reforma educativa, no es un capricho del Partido Popular ni del ministro Wert. Es el primer intento serio (el de Pilar del Castillo, en tiempos de Aznar, no pasó de un gesto disciplente, diletante más que otra cosa) por sacar a la Educación española del modelo socialista que ha dado los resultados que todos conocemos, entre ellos un 30% de abandono escolar y más del 55% de paro juvenil, sin contar los resultados obtenidos en evaluaciones internacionales como PISA. Sin duda se podía haber planteado una reforma más ambiciosa, y en algún momento habrá que volver a imaginar una segunda enseñanza en condiciones –es decir de cuatro años–, que forme intelectual y moralmente a los jóvenes y no prolongue artificialmente la infancia hasta los 17 o los 18 años, que es lo que viene ocurriendo desde que se instauró la LOGSE. (La adolescencia dura así otros diez años y a ser posible la vida entera: es el ideal socialista).

Aun así, la LOMCE introduce algunas reformas de fondo. El nuevo diseño de las asignaturas troncales racionaliza los programas y permitirá una educación centrada en las cuestiones esenciales. Las evaluaciones externas harán posible que todos, incluidos los padres de los estudiantes, conozcan la calidad de la enseñanza que se imparte en las escuelas y en los institutos. Ha resultado un éxito en la Comunidad de Madrid, que ha sido pionera en esta como en otras muchas reformas, y cuenta con el aval de la experiencia. La Formación Profesional empieza a dejar de ser, por fin, una vía de segunda para convertirse en lo que nunca debió dejar de ser: una posibilidad de formarse e insertarse en la vida profesional sin necesidad de pasar por el Bachillerato o la Universidad, que no son las únicas formas de tener éxito, ni garantizan ya, como se está viendo, el acceso al trabajo. Finalmente, los cursos de transición destinados a guiar a los estudiantes hasta la FP o el Bachillerato permiten hablar de una ampliación de la Enseñanza Secundaria adecuada a lo que aconseja la formación de jóvenes adultos responsables, capaces de tomar sus propias decisiones. En conjunto, las reformas son las que la situación, política y económica, permite llevar a cabo. Introducen elementos de sentido común: evaluación, transparencia, dignificación. Y sacan a la enseñanza de la ultraideologización en la que ha vivido, asfixiada, desde hace más de veinte años. Nadie duda de lo que esta izquierda hará si vuelve al poder.