José Jiménez Lozano

Resistencias y autodestrucciones

La Razón
La RazónLa Razón

En «Secret Germany» de Michel Baicent y Richard Leich, se explicita el transmundo espiritual de Claus von Stauffen; esto es, su educación cultural, religiosa y aristocrática, que se contraponía infinitamente más que sus eventuales ideas políticas a la educación para la canallería y la bruticie del nacionalsocialismo, y nos muestra muy bien que lo más antitético de la barbarie no es una lucha política, sino un sólido universo cultural y espiritual.

En nombre de todo esto que le había hecho tal y como era, se alzó contra Hitler y se sacrificó; aunque me parece que hoy producirían risa tanto esas razones como su sacrificio, y «mutatis mutandis» estaríamos en la situación que dice un poema de Stephen George, que hablaba de la burla de todo lo que era una herencia cultural y había que encanallar con el nacionalsocialismo.

Había que convertir a las gentes en una masa irracional que era la que rompía cristales y escupía a los judíos, se mostraba chulesca y se reía de las buenas maneras, odiaba todo lo hermoso, orinaba en las soperas de Sèvres y rompía los espejos venecianos: mostrándonos a todos, bajo una luz reverberante, la enorme e inimaginable capacidad de mal que hay en nuestro corazón de hombres.

Por lo demás, el propio Stauffenberg explicó que en el plano político, «en primer lugar, Hitler había destruido la democracia, pero lo había hecho por medios manifiestamente democráticos, por lo que había dejado sin poder a la máquina del Estado y los partidos políticos: en segundo lugar, en Versalles le habían proporcionado los argumentos más convincentes, ya que le permitían presentarse como defensor de la desesperación popular legítima, y, en tercer lugar el programa del partido nacionalsocialista planteó una alternativa irresistiblemente atractiva a la presunta amenaza comunista».

Y ésta ocurría porque, después de la revolución espartaquista y la República de Weimar en la que se dio la dimisión y ridiculización de todo valor de humanidad, que era burlado como una antigualla, y tenido científicamente como sobrepasado por la ciencia y la filosofía post-darwiniana; de manera que el nazismo pudo ocultar su propia barbarie bajo la fascinación poética de una oscura mística de la tierra y del folclore popular, la justicia y la libertad. Exactamente como en otros momentos y países ganó la escolástica soviética, que tiene una apariencia más racionalista y hegeliana, y que se convierte, tanto en sus versiones populares y demagógicas como en aquellas otras para las élites intelectuales y sociales, en pedagogía incantatoria y casi zen.

Fue una hora trágica para el Occidente: la de «El huevo de la serpiente» que dirá Ingmar Bergman porque, salvo un pequeño número de personas o grupos, tanto las élites como las masas se sintieron fascinadas por esas ideologías totalitarias y sangrientas para las que no era un problema la eliminación física de las personas, porque se hallaban bajo el estado de fascinación o secuestro de la mente –o «mente captatatio»– que convierte hasta la descuidada democracia misma en ideología de salvación y en un absoluto, en la sierpe de destrucción nacida de la Caja de Pandora.

Un peligro que, como decía Kolakowski, amenaza especialmente a las democracias no anglosajonas que han nacido en confusas luchas contra la monarquía y la religión, y pueden siempre decidir que esa lucha es la democracia y de un modo totalitario.

Y siempre es tan tremendo el precio de esta autodestrucción que hace que no quiera recordarse y que estas insanias se repitan como novedades.

Desde la «República» de Platón, por lo demás, se dan los signos mínimos de esa destrucción, nombrando hechos que parecen mínimos y circunstanciales pero que no lo son, tales como que los maestros tienen miedo de sus alumnos y los padres de sus hijos, que son la representación diaria de la anomia o ausencia de ley. Y, si una nación no aprende de su historia, estará obligada a repetirla que decía Santayana, siquiera como farsa, añadía don Carlos Marx. Algo que debería recordarse cada día en esta antigua Tierra de Conejos.