Luis Alejandre
Retrovisores y camas
Hoy jueves 15 de noviembre debía comparecer el general David Petraeus ante el Comité de Asuntos Exteriores del Congreso para informar sobre la muerte del embajador americano en Libia, Chris Stevens, y cuatro de sus hombres, ocurrida en una fecha muy significativa, el pasado 11 de septiembre. No comparecerá, como sabe el lector. No pudieron con él en Irak ni en Afganistán, bien que lo intentó Al Qaeda. Pero no ha podido resistir el asalto más sutil y traicionero urdido contra sus trincheras de Virginia desde donde dirigía la Central de Inteligencia (CIA). Una carta anónima en el «New York Times» de julio, un reciente reportaje en «Newsweek» una información de Fox News y una supuesta información del FBI de abril desvelando unos correos electrónicos han envuelto con su manto mediático el cese/dimisión del general. Aparentemente, las causantes tienen nombre y apellido. Una de ellas, veinte años más joven que el General, atractiva, con una excitante carrera mitad misterio, mitad ambición. Graduada en West Point, oficial de inteligencia experta en operaciones antiterroristas, en situación de reserva del Ejército, habría conseguido asomarse como investigadora al mundo del liderazgo y de la contrainsurgencia, del que el general era un reconocido experto. La otra podría ser otra amiga, cristiana maronita de origen libanés, relacionada con el Comando Central Norteamericano ubicado en Tampa, que también mandó Petraeus. No descarten que si continúa la serie aparecerá en un barrio de Kabul alguna menor afgana -lo de menor es importante para aumentar el morbo- seducida por el poder del virrey americano.
¿Qué puede esconder este lío de faldas? Dejando aparte la doble moral de una sociedad en la que no pocos presidentes y señalados próceres se han distinguido por su promiscuidad, la clave puede estar en ciertas aproximaciones del general con la candidatura republicana -que ha perdido las elecciones y puede haberlo arrastrado en su derrota-, pero sobre todo, en los trágicos acontecimientos ocurridos en Bengasi, en los que perdió la vida el embajador Stevens. La versión oficial habló de la incontrolada furia de unas turbas indignadas por la difusión de un vídeo blasfemo contra el profeta. En plena campaña electoral, fue considerada como la versión oficial políticamente más correcta. Pero toma cada día mas fuerza la hipótesis de que el ataque fue perpetrado en fecha tan señalada por un fuerte comando de Al Qaeda en represalia por la muerte de Bin Laden en tierras pakistaníes. Las turbas que se mostraron en imágenes tomadas por teléfonos móviles se presentaron en las ruinas del consulado después del ataque de Al Qaeda y de que un grupo de agentes de la CIA hubiera conseguido evacuar a los empleados a una finca que el embajador había alquilado previamente para una contingencia similar y que también fue atacada posteriormente por el comando de Al Qaeda. Una petición urgente de cobertura militar solicitada desde que se escucharon los primeros disparos de los asaltantes sobre las 21:40 fue, al parecer, denegada. Petraeus declaró rotundo que no fue la CIA la que negó ayuda en Bengasi. La orden tuvo que venir de alguien superior. Y este alguien superior no podía ser otro que el presidente en funciones y candidato a la reelección. Alguien le convenció, o él mismo tomó la decisión de que no era «políticamente correcto» mezclar Al Qaeda en un momento electoral aún incierto. Por supuesto, con la información que tenemos, no es fácil saber exactamente lo que pasó. Ni tampoco asegurar que podría haberse evitado la muerte del embajador y de cuatro de sus colaboradores. Pero algo no encaja. Lo que sí auguro es que el tema no ha tocado fondo. Que la mayoría republicana en la Cámara de Representantes no va a aceptar que sólo sea un problema de faldas. Lo que me duele es la posible manipulación. Lo que me duele es que en una campaña electoral sirva todo y que la política devore a gente de experiencia y valía. No será Petraeus el único general «arrastrado» por la derrota republicana. No gusta al «stablishment» político americano actual ver a uniformados merodeando la casa Blanca. Me duele que, para justificar decisiones y conductas, se recurra al barro de las debilidades humanas, aunque estuviesen archivadas desde abril. La cuestión es ganar unas elecciones «caiga quien caiga» porque, una vez consolidado el poder, todo es más manejable. ¡Nada nuevo bajo la capa del Señor!
Petraeus había escrito doce reglas sobre el liderazgo que eran todo un referente para los expertos e interesados en el tema. La quinta dice textualmente: «Todos cometemos errores; la clave es reconocerlos y admitirlos, aprender de ellos ; desmontar el espejo retrovisor; seguir adelante y no volver a caer en ellos». Mientras el general desmontaba el retrovisor, alguien decidió y supo lo que en nuestro lenguaje popular llamamos «hacerle la cama».
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