Elecciones Generales 2016

Rivera o el aprendiz agridulce que elevó el tono para no pasar desapercibido

La Razón
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Era su objetivo no quedar como el segundón del debate. Demostrar que él es la muleta para la lidia del nuevo gobierno. Quiso por ello Albert Rivera ser algo más incisivo, cambiar la puesta en escena y demostrar seguridad. Pero lleva en sus genes la indefinición. El candidato de Ciudadanos es como un cocinero chino experto en salsa agridulce. Cuando conviene, el dulzor de la naranja. Y en otros casos, la acritud del limón. Llegó al debate con una cuidada imagen, como un sonriente y musculoso atleta en el terreno de juego. Bien vestido, se esforzó por alejar nervios y desplegar una foto fija de maestro de obras. Pero su propio vaivén ideológico, la sombra de su pacto con Sánchez, del que ahora muchos de sus asesores se arrepienten, le sitúan como un aprendiz en la carrera presidencial sin dejar claro al elector cuál será su ruleta.

Hete aquí el gran dilema y la encrucijada de Albert Rivera. Le quedan siglos para llegar a ser cómo su figura mítica, Adolfo Suárez. Le sobran aires de predicador contra la corrupción y le faltan agallas para definir su estrategia de pactos. Como de puntillas, en ocasiones criticó a Rajoy, otras censuró a Iglesias y, curiosamente, ignoró a Sánchez. En su estilo amable, educado y vendedor de un cambio tranquilo, los votantes quieren hechos, no dobles varas de medir. A Rivera, como avezado nadador, le falta sincronizar la jugada. De lo contrario, puede ahogarse sin remedio, sin salir a flote. Se esforzó por ofrecer propuestas a tope, pero queda en el aire con quién las llevará cabo. «¿Quo vadis», Albert Rivera?, sigue siendo la gran pregunta. El líder de Ciudadanos mantuvo el tipo en un debate como alumno. Está por ver, el 26-J, su tesis doctoral como político. Ahí tiene su reválida.