Martín Prieto

Rubalcaba abraza la demagogia

Un cura tridentino amonestaba a sus fieles con terroríficas descripciones de los suplicios del infierno si no encauzaban sus vidas hacia la virtud, hasta que un feligrés se levantó: «Padre, si hay que ir al infierno, se va, pero no nos acojone». Rubalcaba casi nos ha emasculado con una perspectiva del país desde la izquierda de Bakunin. Prefiero a los marinos de Kronstadt asesinados por Lenin por demócratas y socialistas. En algunos momentos se le ha ido el guión a nuestro «monje negro», pasando de demonizar a Rajoy y el PP a crucificar a la derecha como causa metafísica de las dolencias de la humanidad. Ya ha olvidado que el embrión del Estado de Bienestar y la Seguridad Social los implantó Bismark tras la unificación alemana. Las izquierdas tuvieron que esperar. Tengo empatía por Rubalcaba, aunque tras un almuerzo con Pedro J. Ramírez, no permitió mis ósculos en sus mejillas, por ello me dolió su puñalada de pícaro a Rajoy al final de su traca antisistema. Leyó un párrafo de un artículo publicado por el presidente en un diario gallego hace 31 años explicando la desigualdad como ley o fenómeno natural. Habría que leerlo entero pero no creo que marrara. Desde Sumeria, primera civilización historiada (3.000 años a.J), el hombre va uncido a su condición desigual, característica que no pudo resolver el socialismo real ni sus sobrevivientes monarquías castrista y norcoreana. Esa filosofía vale para el 11-M, pero no para un catedrático de química hijo de un brillante aviador franquista. Mi padre era motorista de enlace del Quinto Regimiento (comunista) y una bomba de aviación le dejó cojo y ciego de por vida. Rubalcaba y yo jamás tuvimos igualdad en la raya de salida, y no se lo reprocho, ni albergo rencor social alguno. Por eso me ofende su demagogia, que es apelar, en beneficio político propio, a las dolencias de los desfavorecidos. Su guión de párroco estricto parecía pergeñado por Elena Valenciano, otra que tal.