Alfonso Ussía

«Running»

El «running» es peligroso. Antes que todo, es una tontería. La naturaleza ha dotado al hombre con la capacidad de correr, siempre que la carrera tenga un sentido. Correr para adelgazar es propio de seres descontrolados. Un hombre que para mantenerse en forma necesita de los desplazamientos alocados, acertaría plenamente si cuidara más sus dietas alimenticias. Por otra parte, nadie ha podido demostrar que mantenerse en forma sea saludable. La forma viaja con la edad. Según Mauritius Parva-Langdom, a los ochenta años la buena forma consiste en no dar la lata a los demás. Esas gentes que se cuidan hasta extremos obsesivos y superan el siglo de vida dejan un mal recuerdo familiar. La vida nos ofrece muchas opciones de deterioro que cumplen rigurosamente con su objetivo. No fumar, no beber, no leer, no abusar de las fogaradas primaverales, no trasnochar y todas esas recomendaciones absurdas, pueden ayudar, en efecto, a la prolongación de la existencia. Pero esa prolongación vital está sometida a la paciencia y la resignación de quienes rodean al prolongado, de tal modo, que a su muerte, en lugar de tristeza procuran alivio y hasta jolgorio. Mantenerse en forma es una manera de llevar el egoísmo hasta extremos groseros. – ¿Cómo está usted?-; - como mi edad-. He aquí la respuesta de un hombre bien educado.

Un estudio, recientemente publicado, advierte que más de tres horas a la semana de «running» pueden precipitar el tránsito a la otra vida de sus practicantes. Antaño, a eso que ahora se le dice «running» se le llamaba correr. El mero hecho de correr sin huir de nada ni de nadie, pasó a denominarse «footing». Del «footing» pasó al «jogging», y el «jogging» derivó en «running».

Se trata de lo mismo. Como si hacer el amor pasara de moda, pero no el «polving», el «forniking» y definitivamente el «chinguing». Con los setenta cumplidos, un «running» seguido de un «chinguing» y coronado por un «drinkisotoning» supone un reto a la naturaleza de tal envergadura, que la naturaleza no acostumbra a permitirlo. Y más, si el corredor se ha sometido a un trasplante capilar y la corredora ha destrozado su estética con un generoso abultamiento en los labios.

Sufrir para aparentar menos años de los que se han cumplido no tiene otro objetivo que el de la mentira. –Es impresionante, ahí donde lo ves, fíjate bien, tiene ochenta y tres años y a las siete de la mañana ya se ha corrido dos veces el perímetro del Retiro. Es un «runner» admirable-;-pues que bien, muy interesante-.

Deploro el espectáculo de los corredores. Esos ojos perdidos, esos chándales carmesíes, esa mirada de ansiedad vacía, ese cambio brusco de la línea que procura el atropello por parte del practicante de «bicycling», nada tienen que ver con el desarrollo de la inteligencia y la evolución de la especie. El esplendor de la juventud abre el camino, cuando la juventud queda atrás, a la delicia de lo que siempre sienta mal. Los médicos son partidarios de prohibir lo que sienta mal, que es lo bueno, y recomendar lo que sienta bien, que es un tostón. A cuantos más convenzan y atemoricen, más durarán sus pacientes clientelas. No piensan en el ánimo, que no dominan. –Usted tiene que dejar de fumar, dejar de beber, no comer sal y hacer dos horas diarias de ejercicio-; -gracias, doctor, es un usted un médico buenísimo, pero no me sirve. Usted quiere sanar mi cuerpo a costa de mi ánimo. Y no-.

El hombre bien educado y mejor leído se entrega sin reservas a la naturaleza. Un mundo exclusivamente habitado por gentes que se mantienen en forma, sería lo más parecido al infierno. Correr, hacer «jogging», «footing» o «running» por el mero hecho de tener tabletas va contra la grandiosa condición del ser humano. Ese que nace, piensa, ríe, se deteriora y muere siguiendo las educadas pautas que establece la pasajera vida de este mundo.