César Vidal
Sabia decisión
Tras muchas idas y venidas, la defensa de la Infanta Cristina ha anunciado su decisión de no recurrir la última resolución judicial a fin de que pueda prestar declaración ante el juez en calidad de imputada. Desde la experiencia de haber vestido la toga en mis años mozos durante más de una década, he de decir que me parece una sabia decisión. A decir verdad, es la línea de defensa que yo asumiría si me ocupara del caso y que vengo propugnando desde hace más de un año por varias razones. La primera es que, al resistirse la defensa a la idea de prestar declaración, la Infanta –y de rebote la Casa Real– salía perjudicada en su imagen pública ya que no pocos interpretaban su conducta, por malicia o con buena fe, como una muestra flagrante de que la justicia no es igual para todos. A nadie se le escapa el efecto corrosivo que semejante conclusión tiene en cualquier sociedad, donde, por definición, los ciudadanos están sometidos al imperio de la Ley. La segunda es que, a pesar de lo ambiguo del término, especialmente para los legos en derecho, el ser imputado no implica «per se» ni culpabilidad ni procesamiento algunos, sino únicamente una situación procesal en la que se da la posibilidad de comparecer ante el juez con todos los medios de defensa a su alcance. En otras palabras, puede ser – y, de hecho, lo es– una manera de clarificar la situación y de no llegar a sentarse en el banquillo. La tercera razón es que, al fin y a la postre, que no tengo la menor duda de que la defensa de la Infanta cuenta con, si se me permite el término, mucha cancha para jugar. Ignoro si es Doña Cristina culpable o inocente de algún delito, pero, desde luego, no me cabe duda alguna de que no podrán tacharse penalmente de nada sus acciones mientras no se demuestre lo contrario. Sin duda, no será un plato de gusto comparecer ante un juez y responder a las preguntas de las partes, pero, por suerte o por desgracia, ésa es una nunca agradable circunstancia por la que han tenido que pasar millones de españoles que, en no pocos casos, eran, como mínimo, tan inocentes como la Infanta. Por lo tanto, aplaudamos la decisión de no recurrir. Es la decisión más sabia y lo es para los intereses de la Infanta, para los de la Casa real y, si se me apura, para los del propio sistema.
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