José Antonio Álvarez Gundín

Sanos, pero no arruinados

Ha anunciado Rubalcaba que marchará sobre Madrid con todas sus legiones para impedir la privatización de la Sanidad. A la izquierda le sucede con la Puerta del Sol lo que a Woody Allen con Polonia, que en oyendo los primeros tambores le acomete el frenesí de invadir la capital y rematar la jornada con un par de cañitas por San Ginés. En lo que fue 2012 la invadieron tantas veces que el consumo de cerveza nos hizo más alemanes. Todo pinta que en 2013 correrán ríos de espuma. A Rubalcaba, sin embargo, no le convendría precipitarse en una batalla tan infecciosa como la sanitaria, ni siquiera para arrebatarle esa bandera a su rival Tomás Gómez. En la guerra de Madrid se ha abusado de la buena fe y se ha mentido sin pudor. Ha faltado debate sosegado y ha sobrado sectarismo político. No había razón de peso para una huelga de cinco semanas ni para suspender 40.000 consultas y 6.000 operaciones, sólo meros intereses sindicales y de partido.

No es cierto que el Gobierno madrileño haya privatizado «la Sanidad». Tal afirmación es una falta de respeto al buen sentido de los madrileños. Para empezar, los hospitales supuestamente «privatizados» son seis, de los más de 70 con que cuenta la Comunidad, y los centros de salud que cambiarán de gestores no llegan al 10%. Se trata, en suma, de un pequeño paso hacia un modelo de gestión que es un éxito en Suecia, Alemania y Gran Bretaña, países a los que no es fácil dar lecciones de organización y eficiencia. Por supuesto, los médicos, las enfermeras y demás empleados públicos no se «privatizan», siguen cobrando del erario público. Tampoco se venden los edificios ni el suelo ni el mobiliario ni el instrumental. Entonces, ¿por qué el PSOE agita el fantasma privatizador? Muy sencillo: porque donde hay gestores privados los sindicatos pierden todo poder de control y de coacción. Cuando los responsables no tienen las ataduras de ser funcionarios y organizan los hospitales con los criterios de eficiencia de una empresa privada, lo que prima son los resultados y la atención al paciente, no los intereses de una burocracia acostumbrada a imponer sus reglas. Antes de embarcarse en una guerra tóxica, Rubalcaba debería preguntarse por qué el 80% de los funcionarios españoles prefiere la sanidad privada, por qué casi el 40% de los madrileños tiene algún seguro privado o por qué uno de cada cuatro médicos trabaja simultáneamente en la pública y en la privada... La Sanidad pública de calidad y gratuita es un objetivo irrenunciable, pero no necesariamente ruinoso. Y si para que sea sostenible debe ser gestionada con criterios empresariales, bienvenida sea la iniciativa privada debidamente supervisada por los poderes públicos.