Parlamento Europeo

Santa Bárbara

La Razón
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La construcción europea se cimentó sobre la necesidad de acabar con una Europa plagada históricamente de guerras y muertes. La última experiencia, la II Guerra Mundial, abrió un nuevo horizonte en lo político y en lo económico. Europa se convirtió en un oasis de libertad, democracia y bonanza económica frente al resto del mundo.

El Estado del Bienestar, con denominación de origen claramente europeo, representaba un pacto de entendimiento entre las élites económicas y la mayoría de la población y la idea de superar fronteras políticas entre las naciones, una garantía de paz y de fortaleza.

La crisis económica desde el 2008 ha removido esos cimientos. El trabajo inacabado en la materialización de la Europa Social y la fractura cultural entre los «virtuosos países del norte» y los «imperfectos países mediterráneos» ha aupado a diversas fuerzas populistas de distinto signo en los países europeos.

De las elecciones en Austria debemos aprender varias cuestiones. En primer lugar, que no está escrito que las sociedades no vayan a repetir los errores de la historia. La casi victoria de la ultraderecha, xenófoba y antieuropea, no se ha materializado por el voto del exterior: apenas 30.000 votos van a dar el Gobierno a Van Der Beller, el líder de Los Verdes.

Sin duda es un aviso. El éxito electoral de Norbert Hofer ha animado a otras fuerzas de extrema derecha, como el Frente Nacional de Marine Le Pen o Alternativa por Alemania.

En segundo lugar, los garantes durante más de 50 años de la prosperidad europea, democristianos y socialdemócratas, formaciones que gobiernan el país en coalición y han dominado la política austriaca desde la posguerra, han quedado fuera de juego en estas elecciones.

La socialdemocracia europea necesita reinventarse, volver a construir un sólido proyecto capaz de incluir a las capas medias urbanas y rurales, a los trabajadores y a los profesionales e industriales. El reto ya no es sólo una mejor distribución de la riqueza, ahora es la disminución de las desigualdades que excluyen a muchos de su derecho a una vida digna y hacen sentirse competidores por las migajas del festín a la mayoría. Si el éxito del siglo XX fue la prosperidad sobre el reparto con el capitalismo industrial, la necesidad del XXI es la domesticación del frío capitalismo financiero y un nuevo pacto de reparto, no sólo de rentas, sino de poder entre los individuos como sociedad y los núcleos económicos.

Una última conclusión que tiene su importancia cualitativa. Austria, y de momento Europa, se ha salvado del extremismo neonazi gracias al voto del exterior. En la única campaña autonómica que protagonicé conocí a los españoles de la diáspora, en Iberoamérica y en Europa, y fueron experiencias de lo más emocionantes.

En Buenos Aires colaboraron con nosotros un grupo de jóvenes nacidos en la capital argentina, hijos de bonaerenses pero nietos de españoles exiliados. Aún me emociona recordar el profundo sentimiento español de aquellos jóvenes, alguno ni siquiera había pisado Europa. Su compromiso con España, su profundo conocimiento de nuestra realidad y su objetivo vital de volver a la tierra que nunca les vio pero a la que aferran su sentimiento patrio. Son extranjeros en la ciudad que les dio la vida y lo son porque así lo sienten.

La ley del voto rogado, hecha con las mejores intenciones por el Gobierno para mejorar los niveles de transparencia del voto procedente del exterior, ha tenido como efecto real la imposibilidad de ejercicio del derecho al voto de muchas personas, bien por la obligación, en aras de la nueva legislación, de desplazarse a miles de kilómetros para votar, bien por otras dificultades insuperables de ámbito administrativo.

Esperemos no atravesar en España nunca un proceso como el que acaba de suceder en Austria, pero estaría bien revisar las condiciones de voto de los españoles en el exterior. Para no tener que acordarnos de Santa Bárbara sólo cuando truena y, sobre todo, por respeto a nuestros compatriotas.