Alfonso Ussía
Santos
La santidad proclamada es la síntesis de la fe, de la humildad, del sacrificio y de la entrega a los demás. La Iglesia canoniza a los buenos, a los mártires y a los justos. Ahora lo hace con mucho más rigor y seriedad, porque hay santos muy raros, por ejemplo, San Mamés. En España, centenares de miles de devotos y agnósticos creen que San Mamés era de Bilbao, cuando en realidad nació prematuramente en Cesárea de Capadocia, y sus padres, también santos, fueron Santa Rufina y San Teodoto. Permítaseme escribir desde mi condición de católico, que en aquellos tiempos hubo una inflación desmesurada de ascensos a los altares. San Mamés falleció en el año 253 de nuestra era a manos de un gladiador, según noticias de la época. Es probable que el gladiador no tuviera otra opción que la de acabar con la vida del joven Mamés y que también fuera muy buena persona, pero no hay datos precisos al respecto. De Santa Obdulia, por ejemplo, tan sólo se destaca que murió pura. No le niego el mérito a Santa Obdulia, pero estimo que se necesitan mayores virtudes que la plena castidad para ingresar en los anales del Santoral. Si ello fuera causa suficiente, en mi familia tendría que haber muchísimas santas, y no se ha dado el caso. Mi difunta tía Francisca de Igueldomendi y Arrieta de Aralar no hizo otra cosa en su vida que obras de caridad. Y falleció pura porque ningún hombre se atrevió a acercarse a ella, y menos aún a besar sus labios, adornados en la franja superior por una línea oscura más cercana al bigote que a la pelusilla. Y no es santa como Santa Obdulia, lo cual me permite dudar de la imparcialidad de la Iglesia cuando se trata de santificar a mujeres sin mácula según la familia a la que pertenezcan.
De hebreos convertidos, españoles, italianos y franceses está saturado el Santoral. Hasta el siglo XX, El Vaticano ha sido reacio a elevar a los altares a cristianos ejemplares del Nuevo Mundo. Por ejemplo, a colombianas. ¿Quieren hacernos creer que las mujeres de Colombia no merecen el reconocimiento a sus virtudes heroicas como las de otros países? Así parece. El pasado domingo, Su Santidad el Papa Francisco canonizó a la Madre Laura, la primera santa de Colombia. Tengo a Colombia por una nación cultísima y habitada por una mayoría abrumadora de buenas personas y mejores cristianos. ¿Cómo es posible que hayan tardado más de cinco siglos en encontrar una santa en una nación tan martirizada como Colombia? El Papa Francisco es el primer Sumo Pontífice americano. Conoce el sacrificio y el dolor de los altiplanos y de las selvas. La sangrienta diferencia económica y social de ricos y de pobres. La labor misionera de tantos santos olvidados que murieron por su fe y por su labor en los verdes selváticos más cerrados y abrumadores del mundo. No me creo que la Madre Laura, fundadora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de María, considerada Maestra Misionera de la América nuestra, sea la única Santa de Colombia, impulsada por el Papa Juan Pablo II y definitivamente canonizada por el Papa Francisco. La Iglesia, que tantas inteligencias reúne en su seno, haría bien en revisar la relación de sus santos, muchos de ellos más que dudosos. En Arles, Francia, se venera a San Trófimo como su primer Obispo. Se ha demostrado que San Trófimo no estuvo jamás en Arles. Su mayor mérito, que acompañó a San Pablo en alguno de sus viajes. Me quedo con la Madre Laura, heroína de Dios en sus selvas, misionera de la bondad. Justo camino a las alturas. San Mamés y San Siro, al fútbol.
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