Luis Alejandre

Sebastopol

Claramente, la geografía marca la historia de los pueblos. Y la posición de la península de Crimea a lo largo de los siglos y muy particularmente la de su puerto y base naval de Sebastopol, siguen siendo motivo de controversias y ambiciones. Sin remontarnos a los fenicios, en el siglo XIX Rusia buscó a través de ellas su salida al Mar Negro lo que provocó que Inglaterra, Francia, el Imperio Otomano y Piamonte-Cerdeña se uniesen para evitarlo. Cada uno de ellos tenía sus objetivos: para los turcos se trataba de defender su imperio que se desmoronaba en Europa y su soberanía contra quienes alegaban representar a los cristianos ortodoxos del Imperio Otomano; a los ingleses lo que realmente les interesaba era asestar un golpe al Imperio ruso, al que temían como rival en Asia y usar la guerra para estimular su libre comercio; para Napoleón III era recuperar «grandeur» e intentar dibujar con su influencia un nuevo mapa de Europa; para Piamonte era ofrecer un esfuerzo que fuese recompensado por las grandes potencias con el reconocimiento a la reunificación de Italia. Enfrente el zar Nicolás I, era una mezcla de orgullo y arrogancia resultado de un largo reinado, prepotente ante vecinos débiles, pero que se equivocó ante la posible reacción de otras potencias como Inglaterra y Francia. Con una mezcla de estrategia y mística, el Zar creía que podía extender su imperio ortodoxo hasta Constantinopla y Jerusalén. «Esta Guerra de Crimea (1853-1856) fue una mezcla de cruzada y guerra moderna, total», como resume en un magnífico estudio (Edhasa ,2010) el profesor de la Universidad de Londres Orlando Figes. España no participó en ella y sólo mandó a una importante comisión presidida por el General Prim. Ahora que se conmemora el bicentenario de su nacimiento, se valora muy positivamente su experiencia en esta guerra. Sebastopol, defendido por los rusos resistió once meses un duro asedio por mar y por tierra. Solamente en uno de sus cementerios hay enterrados 127.583 hombres, de los 750.000 que murieron en el campo de batalla o fallecieron por enfermedades y heridas. ¡Trágico! ¡ Cómo para olvidarlo!

En 1917 fue sede del «Ejército Blanco» que luchaba contra la revolución bolchevique que acabó imponiéndose en Rusia. Cuatro años después (1921) Crimea se convertía en República Autónoma. Y por supuesto en la Segunda Guerra Mundial la Alemania del Tercer Reich necesitó ocupar Crimea. En este caso el sitio de Sebastopol duró seis meses y las bajas fueron también enormes.

Tras la caída del Muro (1989) Ucrania se emancipaba de aquella URSS en descomposición y tres años más tarde Rusia, EEUU y el Reino Unido firmaban un acuerdo por el que se comprometían a «salvaguardar la soberanía e integridad de Ucrania a cambio de que se desmantelase el arsenal nuclear que albergaban sus bases». Quedaba por resolver el tema de la gran flota que la URSS mantenía en el Mar Negro con clara vocación mediterránea. En 1999 Rusia y Ucrania decidieron repartírsela prácticamente al 50% conservando las mismas instalaciones, concediéndole a Rusia la utilización de la base hasta el año 2042. Es decir. No es que Rusia haya invadido Crimea. Rusia no ha salido de Crimea.

A estos «ajustes» geopolíticos, residuales de una URSS cuyo legado pretende recomponer Putin, se une una larvada guerra energética y una reconocida bancarrota del Gobierno de Kiev. Como saben, un cuarto del gas que consume Europa es de procedencia rusa, el 80% del cual pasa obligatoriamente por Ucrania. Podríamos decir que el conflicto actual emana de una guerra energética entre la rusa Gazprom y la ucraniana Naftohaz. La primera ha llegado a denunciar que durante el tránsito por Ucrania, se le roba el preciado gas, vital en un país sometido a un riguroso y largo invierno. Las consecuencias se han detectado enseguida: caídas en bolsa, subida del precio de los carburantes.

En resumen, problema grave. Maniobra el Consejo de Seguridad, pero Rusia tiene el veto presto para colapsar resoluciones. La Unión Europea tiene convocada para hoy jueves una Cumbre de jefes de Estado y Gobierno. La Alianza Atlántica piensa en Polonia, en Turquía e incluso en Siria, ribereña también del Mar Negro. Pero la clave de una solución estriba, creo, en el acuerdo a que puedan llegar Angela Merkel y Putin. La alemana procede de la DDR pro soviética y conoce al moderno zar; pero éste también entiende y sabe quién es la canciller alemana.

Es cuestión de encajar. Rusia no permitirá que en Crimea se repitan las algaradas, más o menos manipuladas, de Kiev. La actual doctrina militar rusa considera legítimo defender los intereses de sus ciudadanos ubicados fuera de sus fronteras. Y defenderá los acuerdos de utilización de la base naval de Sebastopol. Asegurado esto, la comunidad internacional deberá encontrar fórmulas, económicas y políticas, que hagan gobernable un país extenso como nuestra Península, con 46 millones de habitantes. Lo esperamos y deseamos todos.

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