M. Hernández Sánchez-Barba
Seguridad colectiva
Desde el más elemental de los vínculos naturales del ser humano, que es el que une al niño con su madre, crecer supone abandonar aquella órbita protectora para enfrentarse a la accidentalidad de la existencia, las adversidades de la vida, el aumento de la violencia. Por ello, el hombre necesita establecer vínculos de seguridad, cada vez de mayor complejidad: familiar, social, profesional, de identidad con el ámbito nacional, de representación con el círculo del Estado y, en el orden de las creencias, con la institución eclesial. El hombre se apoya en cada uno de estos vínculos, se siente unido a ellos como función inevitable y beneficiosa. En nuestros días, por la «enajenación» que todo lo impregna y la «alienación», es decir, la aceptación del mal como irremediable, cristaliza en lo que H. S. Sullivan ha llamado «la ilusión de la individualidad única». La formulación de las necesidades fundamentales del hombre pone en primer término, subrayándola vigorosamente, la necesidad de seguridad personal para libertarse de la ansiedad. En el campo del análisis de la realidad histórica se estima como finalidad suprema de la vida. Vulgarmente se cree que este estado de opinión pública se debe a vivir bajo una permanente amenaza de guerra, pero los estudiosos opinan que la razón radica más bien en el conformismo de lo que se tiene como inevitable, el miedo a la automatización y la creciente presencia de la robótica.
El tema, por otra parte, se complica cada vez más por la confusión entre seguridad psíquica, seguridad económica, seguridad social. Resulta, por consiguiente, imprescindible incidir en los fundamentos de la seguridad colectiva, que es un concepto muy antiguo en la política, aunque actualmente sólo el saber puede otorgar garantía relativa de seguridad por las Ciencias Praxiológicas, que son aquellas que estudian procesos de decisión y selección; evalúan los conocimientos disponibles para la solución de problemas, inopinadamente presentados, mediante por ejemplo la «teoría de juegos», con base matemática para la toma de decisiones, si bien teniendo en cuenta la contrapartida que puede estar supuesta por una concepción ilógica de la acción y evitar así caer en la trampa de la decisión por un supuesto lógico.
Históricamente, se aprecia que la seguridad la formulan los estados modernos de la sociedad: la España de los Reyes Católicos (1474-1516), la Francia de Luis XI (1461-1483) y la Inglaterra de Enrique VIII Tudor (1509-1547). La plenitud de la política internacional, que se estabilizó en el siglo XVIII, impuso un concepto nuevo en la política consistente en que las naciones procurasen localizar los conflictos y, sobre todo, asegurar sus áreas de influencia comerciales. Un segundo acto lo representa la revolución industrial del siglo XIX. Y un tercer momento, tras la primera guerra mundial, en que se llegó al convencimiento de una nueva era en las relaciones internacionales definida por el Secretario de Estado de Estados Unidos de América del Norte, Henry Stimson, al referirse a que en los conflictos alguno de los estados beligerantes había de ser considerado agresor: «Ya no será posible trazar un círculo alrededor y tratarlos con la ceremonia que impone el código caballeresco, sino que debemos denunciarlos como transgresores». Dicho de otro modo, las naciones deben ser responsables de sus actos bélicos. Lo cual constituyó la piedra angular del concepto de seguridad colectiva a la que se ha atenido la mayoría desde 1945. Constituye la confluencia de una teoría de pensamiento jurídico internacional y tres corrientes históricas. El internacionalismo pertenece al pensamiento político español configurado por dos personalidades de talento infinito como son el valenciano Juan Luis Vives en su obra «De disciplinis» y el burgalés Francisco de Vitoria en sus «Relecciones teológicas» y particularmente en la «De potestate civili»; ambos, ordenadores de la Sociedad y el Estado españoles para penetrar con vigor y exigencia en la política internacional.
Las corrientes históricas que originan una nueva forma de relaciones internacionales son: una evolutiva de moralidad práctica, cuyo origen radica en la ilustración kantiana, que culmina en la creación primero de la Sociedad de Naciones y después en la ONU. En segundo término, el impulso de la revolución industrial y la subsiguiente transformación de la economía, en la que las naciones se han hecho cada vez más interdependientes. Por último, la revolución tecnológica y de las creencias, que han acentuado la necesidad de instituciones internacionales hasta llegar al concepto de que «organización» y «controles» deben asumir dimensiones mundiales.
No en vano los griegos pusieron su ciudad capital de cultura bajo la protección de la diosa Atenea, paradigma de seguridad para cuantos en ella vivían, frente al poder demoledor de los persas.
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