Julián Cabrera
Sembrar vientos
Este último fin de semana nos ha brindado unas primeras muestras, no parece que anecdóticas, de lo que amenaza con convertirse en dinámica habitual durante la campaña electoral a los comicios europeos.
Con independencia de los pormenores de la agresión al líder del PSC, Pere Navarro, en una ceremonia privada o los graves insultos sufridos, poco antes por el ministro Fernández Díaz, también el número dos de la lista popular a las europeas, González Pons, tuvo que volverse de Castellón con el titular periodístico de los huevos que le arrojaron como único bagaje y hasta IU se encontró ante despedidos de Delphi con la horma de sus zapatos favoritos, esos con los que disculpaba el asalto a hipermercados o el cerco al mismo Congreso de los Diputados, del que cobran dietas.
Toda tempestad tiene origen y motivos. El grado de crispación en España y especialmente en Cataluña pide a gritos un compromiso general de templanza por parte de todos los dirigentes políticos, porque si este asunto se escapa de las manos, sí habrá nombres y apellidos a los que exigir responsabilidades, los mismos que llevan tiempo alentando la quimera secesionista en unos sitios o alimentando la semilla antisistema en otros.
A Rouco Varela se le corrió hace días poco menos que a gorrazos por recordar, aunque en el foro inadecuado, las actitudes que dieron con la contienda civil. Rosa Díez, de UPyD, entre otros, lo calificó de «impresentable», tal vez sin reparar en que esa intervención venía a reivindicar su derecho a que no le revienten actos como el que tuvo que suspender en una universidad. Por eso no estaría de más tomar nota de los peligros del creciente clima de crispación, o tendremos que concluir que monseñor no se pasó totalmente de frenada.
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