José María Marco
Señoritismo
Se puede establecer el catálogo de los problemas que la reforma de la Constitución no solucionará. No solucionará el paro, ni la corrupción, ni tampoco mejorará la educación. No solucionará el problema del secesionismo y ni siquiera conseguirá que el PSOE y el PSC se reconcilien. Tal vez lleguen a ponerse de acuerdo ahora, pero las discrepancias volverán nada más cerrado el proceso. También hay cosas que empeorarán si se cumplen los proyectos de blindaje que quieren proponer los socialistas. «Blindar» el Estado social –un eslogan cuyo atractivo resulta difícil de entender–, reducirá la flexibilidad y la competitividad de la economía española. Así que el esfuerzo de estos años se echará a perder y volverá a aumentar el paro, en particular entre los mayores y los jóvenes, «blindados» en la precariedad o el desempleo. Como los socialistas también quieren «blindar» las competencias autonómicas de la nación catalana, también empeorará la situación de los catalanes no separatistas (en torno al 67-70 por ciento de la población de Cataluña), que ya no parecen todos dispuestos a seguir callados. La tensión no se reducirá. Aumentará, con consecuencias imprevisibles.
Aun así, se va imponiendo la idea de que la reforma de la Constitución es inevitable porque hemos entrado en un nuevo ciclo en el que conviene aclarar algunas cuestiones importantes: el cierre del proceso autonómico, la fijación de competencias o, algo menos urgente pero no irrelevante, la sucesión de la Corona. Lo curioso es que en este punto los peores obstáculos no vienen del PP, que se muestra prudente pero abierto, sino de los mismos que proponen la reforma. Los socialistas han convertido la reforma en un asunto de política partidista. La Constitución, sin embargo, requiere otro tratamiento. No se trata de que la Constitución dicte una política. Se trata de que permita varias.
Así que la actitud del PSOE dificulta el planteamiento del asunto, y también su acabamiento. Quienes proponen la reforma no deberían olvidar que al final está el necesario respaldo de los electores. Y es seguro que llegados a ese punto, y en un país tan plural como el nuestro, cualquier sospecha de que se ha forzado una reforma de la Constitución por motivos partidistas, y no de interés nacional, suscitará una respuesta inapelable. No se sabe muy bien si en el PSOE se dan cuenta de las consecuencias de lo que están proponiendo, si actúan por pura frivolidad o, tal vez, por ganas de romper el juguete. El señoritismo es tan atrevido como la ideología.
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