Martín Prieto
Sexo, mentiras y cintas de vídeo
Los vídeos de Misuri son idénticos a los de los años sesenta cuando un estudiante negro penetraba en la Universidad de Alabama apartando al gobernador George Wallace y rodeado por la Guardia Nacional. La batalla por los derechos civiles librada por blancos y afroamericanos quedó escrita en las leyes, pero en Estados Unidos las reyertas raciales pasadas las décadas son endémicas. Cuando Abraham Lincoln firmó el Acta de Emancipación, ya bien adelantada la Guerra de Secesión, rió queda y largamente. Sus extrañados ministros supusieron que el presidente era consciente de que la auténtica liberación de los esclavos tardaría siglos, y en eso aún estamos. Tras tomar posesión Obama, Michelle declaró que por primera vez en su vida se consideraba ciudadana estadounidense, pese a regir el bufete más caro de Chicago. El presidente es mulato, sí, pero porque su madre fue de aquellas hippies de cabellos floridos carentes de prejuicios raciales, En una sociedad multiétnica como la brasilera el único racismo es el del dinero y el único color que prevalece es el verde de los dólares. Si eres blanco y pobre, serás segregado, y si negro y rico, te besaran el orto. En EE UU cuesta encontrar mulatos o cuarterones y las parejas mixtas son una excentricidad. El cine de Hollywood nunca ha dado una escena erótica birracial. Se dio un intento amable y rosáceo de pedagogía con Sidney Poitier («¿Adivina quién viene a cenar esta noche?»), pero las secuelas se apartaron enseguida de lo que podía ser una coyunda. Poitier acabó de Embajador de las Bahamas en Japón. A lo más que se atreve el cine americano es al acercamiento de un blanco con una chicana (no al revés). Tras la derrota de la Confederación el Ku Klux Klan nace del acomplejamiento sexual y la pesadilla recurrente de la violación de mujeres blancas. Este racismo subyacente es sexual y sólo se disipará en la cama. Y si no, no.
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