Cristina López Schlichting

Sherpas

Estoy pendiente de los chinos desde que cayó en mis manos de niña un libro paterno titulado como la amenaza napoleónica: «Cuando China despierte...». Figuraba en la biblioteca de los pocos que entonces tenían biblioteca, como «Dioses, tumbas y sabios», de CW Ceram; obras de Von Daniken o textos sobre el holocausto. Egipcios, marcianos, judíos y chinos eran los leitmotivs de la divulgación a finales de los setenta y todos nos eran igual de extraños a los críos de la transición. En mi mente infantil, la momia de Tutankamon se confundía con las víctimas de Auschwitz y los asiáticos con los extraterrestres. Pero el autor de «Cuando China despierte...» no se extraviaba y anticipó lo que está ocurriendo ahora: básicamente, que más de mil millones de personas han irrumpido en el escenario del mundo occidental para reclamar su papel en la Historia. Son antiguos y listos y ahora quieren ser prósperos. Empezaron con restaurantes chinos y negocios textiles: hoy controlan hasta las multinacionales de las telecomunicaciones, como Huawei y ZTE. Trabajan a destajo, crecen en una competitividad feroz y no piensan cejar hasta hacerse con la presa que, me temo, somos nosotros. Para comprender la lucha vital a la que están sometidos baste decir que los ojeadores de Huawei recorren las universidades chinas, ofrecen un contrato de un año a los mejores licenciados, los agrupan después de cinco en cinco y les advierten: «Sólo uno de vosotros cinco se quedará en la empresa». Y empieza una lucha a muerte. Desde hace siglos compiten por comida, vivienda o puesto de trabajo. Y por eso vencerán, porque no está en nuestra naturaleza enfrentarnos por vivir. Conoce a tu adversario si quieres conocer tu futuro. Pues he sabido que el contrincante tiene una curiosa forma de referirse a los ejecutivos occidentales que le sirven en sus empresas: «sherpas»... porque se usan para hacer cumbre. Las multinacionales chinas son las únicas que carecen de directivos locales. De hecho, los ejecutivos europeos están obligados a contar en cada movimiento o reunión con la presencia de un representante chino sin particulares méritos académicos ni profesionales, cuya única misión es espiar para la central. No se fían entre ellos ¡cómo para fiarse de un extranjero! Ahí les dejo la anécdota de uno de mis amigos con uno de estos ejemplares, después de la firma de un convenio bilateral millonario con una empresa española. –Me temo, Antonio, que no has hecho bien tu trabajo –¿Perdón, señor Ming? –Los clientes están contentos... Si tú les hubieses apretado todo lo posible, como era tu deber, no sonreirían como sonríen.