El desafío independentista
Sí, dan miedo
Puigdemont se desgañitó ayer en su discurso de la Diada en pedir que los catalanes contrarios a la independencia vayan a votar. Su electorado está movilizado, pero es del todo insuficiente. No sería más que un nuevo 9-N. Ahora, el soberanismo necesita que vayan muchos noes a votar para legitimarse, porque no hay referéndum si las dos opciones no están representadas. De momento, no tiene ese voto garantizado y, por eso, no ha dudado en apoyar escraches a alcaldes y algaradas en ayuntamientos para amedrentar a los ediles que no se han doblegado. Eso fue lo más destacable. El resto de su intervención volvió a lugares comunes. Dijo que el 1-O tiene todas las garantías pero los votos sólo los contará una parte, no habrá interventores de todos los partidos y menos control de urnas. Dice de forma vehemente que esto es democracia y que la legalidad está de su parte. Seguro que no pidió opinión a los letrados del Parlament que, por cierto, no parecen ser unos unionistas de pro, más bien al contrario. Pero como juristas no aceptan la verdad del barquero. Por la noche, los independentistas desfilaron con antorchas, el fuego purificador para las culturas primitivas que trataba de inspirar miedo al oponente, como hicieron antes Mussolini o Hitler, o el Ku Klux Klan aunque les enfurezca oírlo. Y, sí dan miedo. En Barcelona desfilaron en el Fossar de les Moreres, lugar donde están enterrados los defensores de la ciudad de 1714. Los mismos que según reza el último bando llamando a la batalla debían luchar «por la libertad de los pueblos de España». Lástima que hasta la historia les lleve la contraria.
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