Cástor Díaz Barrado
Siempre París
Los graves atentados que han tenido lugar en París, en los últimos días, han conmocionado profundamente a la sociedad internacional y, en particular, a la sociedad europea. El fanatismo político o religioso, o de cualquier otra índole, es capaz de golpear a las sociedades democráticas y de atentar gravemente contra los derechos fundamentales, en concreto también contra la libertad de expresión. Quienes han cometido estos atentados representan valores y principios que no están presentes en los países de Europa y tratan por los medios más deleznables de imponer principios que deben estar ausentes del conjunto de la sociedad internacional. La condena de los atentados que han acontecido en París debe ser unánime, rotunda y sin paliativos. Europa es también la cuna de la democracia y de los derechos humanos y ninguna de las posiciones extremistas puede poner fin a esta realidad. La respuesta a hechos de esta naturaleza ha de ser clara y contundente pero, asimismo, debe moverse en el marco de los parámetros que nos definen como europeos. No debemos confundir a los fanáticos e integristas que se arropan en motivos de carácter religioso con quienes profesan y practican, porque están en su derecho, una determinada religión. No podemos poner en cuestión el Estado de Derecho y no se deben establecer discriminaciones en función de que determinadas personas expresen libre y pacíficamente sus ideas y profesen cualquier religión. La islamofobia no es propia de los valores europeos y, desde ningún partido político o asociación, deben favorecerse posiciones racistas o xenófobas. París ha representado y debe seguir representando un lugar de encuentro de la única civilización existente: la civilización humana, que, con una visión universal, exprese y proyecte el entendimiento y la tolerancia. París está de luto y, también Europa y el conjunto de la comunidad internacional. Pero nada nos hará renunciar a la democracia y los derechos humanos, y menos aún comportamientos tan crueles como los asesinatos que han tenido lugar. Una vez más se hace necesaria una cooperación internacional intensa contra el terrorismo, contra los terroristas, contra quienes les apoyan y contra quienes les financian. No debe haber fisuras en este terreno. París llora y las lágrimas de dolor constituyen el preludio y la confirmación de que Europa no aceptará nunca la violencia ni el fanatismo ni tampoco la intransigencia. París será «siempre París» porque asume la defensa de los derechos humanos. No en vano, la Declaración Universal de 1948 se adoptó en la Ciudad de la Luz.
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