Ángela Vallvey
Silencio
Las matanzas de cristianos se suceden: Siria, Nigeria, Egipto, Pakistán, Irak... Allí, en África y zonas de Oriente, asesinar cristianos dentro de poco podría convertirse en un deporte cinegético-genocida mucho más fácil de practicar que los safaris de caza. El genocidio silencioso de cristianos continúa sin que a nadie le importe. Si los cristianos tienen la piel oscura, es que no valen gran cosa. ¿Un negro que va a misa...?, ¿una niña sin la ablación que acude al colegio?, ¡dónde se ha visto tal cosa!, ¡las mujeres aprendiendo a leer son como perros que asistieran a la Academia de Platón! Niñas cristianas –pero de color negro, mucho más negras que Obama, incluso que Michelle– que se atreven a ir a la escuela en aterradores lugares donde la barbarie impera por sus desafueros... Ninguno de ellos importan un bledo: los están dejando morir como si no pertenecieran a la especie humana. El atentado de las Torres Gemelas puso en marcha una guerra abierta, y otras muchas encubiertas. El Primer Mundo se aprestó a vengar a sus muertos. Pero los cristianos de Oriente, o de África, no tienen quién los honre ni quién les haga justicia. Nazismo y comunismo fueron las dos grandes ideologías genocidas del siglo XX, a cuya pavorosa sombra se refresca, renovado, el terror del XXI. En el siglo XXI, el integrismo islamista ha tomado el testigo de la práctica horripilante del exterminio como política. En Irak, el azote islamista que asesina cristianos los ha diezmado hasta casi extinguirlos. En buena parte del mundo, ser de color y estar bautizado significa tener esperanza de vida cero.
Y qué existencialmente nauseabundo resulta oír el clamoroso silencio del islam –de los minaretes, de los que juran que el islam es una religión de paz y amor, no de ira–, al respecto.
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