Alfonso Ussía

Sin avaricia, a tiempo

No es lo mismo un espasmo de píloro que un pirulo pasmado. El Gran Duque Sacha Romanoff fue famoso por su éxito con las mujeres. No se dedicó a otra cosa en la vida, pero la hizo muy bien. A los setenta y cinco años se retiró a su palacio en «Tsarkoe Seló» y esperó con resignación la llegada de la muerte. Se le pasmó el pirulo, y su presencia en esta vida perdió todo su significado. Su gran biblioteca jamás fue consultada, y nunca se detuvo a contemplar un maravilloso retrato de un antepasado firmado por Holbein que presidía el salón. Lo suyo era el pirulo, y cuando se terminó, se retiró del mundo con infinita melancolía y exagerada elegancia, si es que la elegancia puede ser exagerada fuera de la normalidad.

En el espacio futbolístico, que no en la vida, que le espera larga, fructífera y apasionada, al portero del Real Madrid Iker Casillas se le pasmó el pirulo dos años atrás. Pero insiste en seguir, cuando el tiempo ya le ha avisado con severidad en diferentes ocasiones. Hace bien en combatir por lo que le corresponde, y mal por empecinarse en intentar ser el de ayer, aquel grandísimo portero del Real Madrid y la Selección española de fútbol, ganador de todos los títulos habidos y por haber. Sus últimos partidos importantes, la final de la Copa del Rey, la final de la Liga de Campeones y el partido inaugural de la Selección contra Holanda en el Mundial de Brasil, nada recuerdan al gran Casillas que fue. Pero los dineros mandan. Poderoso caballero es Don Dinero. Casillas tiene, además, un indestructible encanto personal y un sector muy numeroso e influyente de la prensa deportiva de Madrid siente por su persona un cariño irrefrenable.

La víctima de su empecinamiento se llama Diego López, un gran portero que ha soportado lo indecible con una paciencia y un sentido de la profesionalidad, el deber y el señorío admirable.

He leído que su agente –los agentes, los grandes emperadores del fútbol de hoy–, ha ofrecido los servicios de Casillas a diferentes equipos europeos. Los dirigentes y entrenadores de esos equipos europeos no han valorado la oferta, entre otros motivos, por la impresionante cantidad de euros que percibe en el Real Madrid por contrato. Sólo por el contrato, lo que se dice la ficha anual, sin contar los sueldos, las dietas, las primas y sus derechos de publicidad. En el Real Madrid de Bernabéu, los futbolistas que cumplían treinta años renovaban su contrato de temporada en temporada, pero aquella inteligente medida se ha considerado obsoleta y antigua. Ahora manda la forofada, que no es unánime respecto a Casillas, y menos aún después de sus últimas actuaciones. El periodismo emotivo y los socios y aficionados propensos a ser influidos hablan de lo mucho que el Real Madrid debe a Casillas, cuando, en mi humilde opinión, es justamente al revés. El Real Madrid le debe a Casillas muchas y maravillosas paradas sobrada y generosamente remuneradas. Y Casillas le debe al Real Madrid todo lo que es. Es conveniente, en estos casos, intentar hallar el punto justo del equilibrio sin dejarse llevar por gozos entusiastas.

Casillas ha sido un maravilloso portero, y hoy es un portero normal y corriente. Pero tiene poder. Y mantiene su poder a pesar de haber perdido la ilusión, la confianza y la alegría. Está bastante enfadado durante los partidos, como sufriente, y es muy dado al regaño. Cuando las facultades principian su agonía, la acritud sustituye a la gratitud. Casillas, por un lado, sale beneficiado del extraño bucle melancólico que el Real Madrid le ofrece. Por el otro, se perjudica. No marcharse a tiempo es prueba irrefutable de egoísmo y falta de perspectiva, y si las cañas se vuelven lanzas durante la próxima temporada, lo justo es que sus regaños y amonestaciones se las dedique exclusivamente a él.

El Gran Duque Romanoff se apercibió de su mengua de virilidad al segundo gatillazo. Consideró que el primero fue consecuencia de un exceso de vodka. Pero fue en el picadero de los Yusupoff –hoy, maravilloso restaurante en San Petersburgo, «El Nido de los Nobles»– donde la condesa Fiedorova experimentó el desasosiego entrepernil del implacable conquistador. Y no volvió a intentarlo. Le llegó su tiempo perverso y supo admitirlo. Me gustaría enviarle una biografía del Gran Duque a Iker Casillas. Quizá entienda lo que le sucede y le haga reaccionar. Hoy tiene todavía el aplauso. Su inigualable trayectoria deportiva no merece ser humillada con una despedida entre abucheos.