Cástor Díaz Barrado
Sin libre comercio
Las bondades que se predican de los acuerdos de libre comercio pueden ser puestas en entredicho. El CETA puede ser un acuerdo que no interese a algunos estados. El carácter económico y comercial de este acuerdo que es lo que predomina puede completarse con cláusulas que incidan en los aspectos sociales o medioambientales. El Ceta puede mejorarse, puede rechazarse o puede modificarse. Lo que no conviene es convertir un acuerdo de este tipo en una lucha ideológica. Se puede estar contra el libre comercio en las relaciones internacionales pero esto significa promover el proteccionismo y defender los intereses particulares. El libre comercio es un paso necesario para la integración y allana el camino para el futuro establecimiento de espacios económicos más integrados. No es bueno quedarse en el libre comercio sino que, por el contrario, hay que avanzar de manera decidida hacia otros estadios de la integración económica. Los estados deben unirse y mantener cada vez relaciones más estrechas. No se pueden mantener aislados en sus propias posiciones y asumir tan sólo la defensa de sus intereses. El libre comercio es tan sólo un paso hacia una etapa más profunda de la integración. Las relaciones entre la Unión Europea y Canadá no deben detenerse. Pueden mejorase y no hay que descartar que se introduzcan cambios en todos los aspectos de estas relaciones. Pero la base de la relación tanto política como económica no puede ser otra que la defensa de los valores que definen a la Unión Europa, entre los que se sitúan, en su cúspide, la democracia y los derechos humanos. Cualquier acuerdo económico debe respetar estos principios. No se pueden detener las relaciones entre los estados. El libre comercio es una manifestación todavía muy rudimentaria de la integración. No debemos observar con recelo los avances que tienden a la pérdida de competencias por parte de los estados. Los acuerdos económicos y comerciales deben hacerse en favor del bienestar.
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