Roland Garros

Sin perdón

La Razón
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La tradición es norma y en Roland Garros, sin techos retráctiles, si llueve no hay tenis. Tampoco es posible jugar a dos velas. Casi cinco horas la semifinal entre los números 1 y 3, que en el resultado invirtieron los términos, no es pronóstico descabellado. Murray y Wawrinka lo clavaron. Y no duró más porque en el quinto set aflojó el escocés, como si le pesara la púrpura. El suizo jugó concentrado y preciso, en modo antichoque, como uno de esos relojes carísimos que fabrican en su país... para Nadal.

En Roland Garros, si el clima es favorable, los partidos terminan con la luz del día, impepinablemente. Nadal y Thiem empezaron pasadas las seis; a priori, una pirula. La calidad de ambos presagiaba un duelo largo e «interruptus»; salvo catastrófica actuación de uno, o dominio huracanado con efecto devastador de cualquiera de ellos. Bingo Nadal. Concluir lo empezado al día siguiente parecía obvio. La rutina secular les penalizaba. Mejor para Wawrinka, que ha jugado tres finales de «Grand Slam» (Australia, EE UU y Roland Garros) y las ha ganado todas. Donde pone el ojo pone la bala y apunta a la cuarta... frente al mejor Nadal. Rafa domó el ímpetu del joven Dominic, no olvidó que le derrotó en Roma y jugó sin perdón. Aplacó su furia, enfrió y en tres sets fue él quien apagó la luz. Sublime.