Elecciones autonómicas
Sin perdón de Dios
El mantra que hay que repetir si te dedicas a la política o al periodismo es que es necesario pasar página, mirar hacia el futuro y confiar en la Justicia. Te echan a la cara que es mejor que los que antes se dedicaban a matar hagan política y que la integración de los malvados sirve de bálsamo a una sociedad traumatizada por la tragedia del terrorismo. Vuelven a pasear el pringoso argumento, a propósito de Otegi, obviando que en un país con memoria, a semejante facineroso sólo le correspondería ser candidato a la vergüenza y al olvido. Yo no perdonaría jamás al asesino de mi hermano y odiaría hasta la muerte al homicida de mi padre. Por eso me ha conmovido leer la carta de Teresa Jiménez-Becerril, como me emociona la firme entereza de Rubén Múgica. Ya sabíamos que para parte de los habitantes del País Vasco, aquejados de esa enfermedad moral que genera la mezcla de fanatismo y estupidez, secuestrar, torturar, participar en atentados y reconstruir una organización terrorista es un buen currículum para ser lehendakari. También éramos conscientes de que los de Podemos y otros zarrapastrosos iban a sintonizar con ellos, porque ni hace cuatro meses que Pablo Iglesias se felicitó por la salida de la cárcel del etarra y escribió que sin él no sería posible la paz. Sin Otegi y otros compinches lo que no hubiera sido posible en España son más de 800 asesinatos infames. Las manos del dirigente de Bildu están manchadas de sangre y la ignominia no se lava en las urnas. Tampoco en los tribunales, tras los que se parapeta el PSOE para no definirse. Idoia Mendía, la secretaria general del PSE-EE a quien no tengo el disgusto de conocer, ha dicho que partir de las próximas autonómicas «se abre un eje muy interesante de políticas de izquierdas entre EH Bildu, Podemos y el PSE-EE» y quizá haya que buscar ahí la explicación a la puesta de perfil de los socialistas. En cualquier caso, es una actitud mezquina y miserable. Ni el País Vasco es diferente, ni hay que evitar el victimismo de la izquierda abertzale, ni son sólo los jueces quienes deben pronunciarse. Nadie que no haya extraviado la dignidad puede permanecer indiferente ante la ofensa que entraña ver el nombre de ese forajido en las papeletas electorales. Si los crímenes de ETA no tienen perdón de Dios, como mascullábamos cada vez que mataban a un inocente, quiénes somos nosotros para ponernos ahora a perdonarlos.
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