Martín Prieto

Sindicalismo totalitario

Las dos grandes centrales sindicales españolas tienen vocación sideral, totalizadora, y creen que su destino es estar presentes en todas las actividades de la vida pública. Distorsión más acusada en UGT porque CC OO ha tenido menos conexiones gubernamentales y no es presentable ser correa de transmisión del partido comunista, esa extrema izquierda que no se reconoce como tal ni quiere recordar la Historia del socialismo real. Este sindicalismo no quiere ver que hay que vivir en el futuro para ser contemporáneos del presente y permanece machihembrado a su propio funcionariado vertical, la subvención pública, las gabelas de las administraciones, la democracia orgánica, los cursos de formación y las romerías de los pueblos. Constituyen la única herencia viva del franquismo.

La formación sólo ha sido una caja B y una consuetudinaria manera de exacción. Había que sustituir las universidades laborales impulsadas por Girón de Velasco porque aquello era fascismo, como si enseñar a una muchachada a montar y manejar un torno o desarrollar una red eléctrica de baja tensión tuvieran algo que ver con la marcha sobre Roma, el incendio del Reichstag o el Consejo Nacional del Movimiento.

La patronal forma a sus propios empleados por interés empresarial, sin ningún altruismo, y la sociedad democrática tiene sedes y profesorado para mejorar la formación de quien la precise, mientras los sindicatos cobran del erario para subcontratar cursillos sobre el camarón en el Caribe o higiene sexual en Centroáfrica.

No hay que controlar la financiación sindical sino suprimirla, como en Alemania, donde los sindicatos son fuertes, honrados e influyentes. Si no les bastan las cuotas cabe la afiliación obligatoria, y eso ya es mucho. Pero ni un euro más y con estrictas auditorías en tiempo real. Como es de esperar, que el Gobierno ponga en hora el reloj sindical es tan previsible como la dimisión de Cándido Méndez siguiendo los pasos de su antecesor Nicolás Redondo, de cuya decencia no aprendió nada. Controlar la formación sindical equivale en etología a poner a dieta a los cocodrilos.