Luis Alejandre

Sir Raymond Carr

Buscando y analizando referencias históricas sobre la vida y obra del Conde de Aranda (1718-1798) a fin de relacionar su carácter reformista e ilustrado con la proyección de los ingenieros militares en nuestra América durante el siglo XVIII, acudí una vez mas a la ponderada visión de Raymond Carr, casi al tiempo que me llegaba la noticia de su fallecimiento a los 96 años de edad.

Un grupo entusiasta de profesores universitarios, ingenieros y militares comenzaron en 2002 el enorme trabajo de «sacar a flote» toda la obra de los ingenieros militares formados en la Academia de Matemáticas de Barcelona (1720). De su trabajo, bien arropado por la Capitanía General de la Ciudad Condal, nacieron tres importantes trabajos, el primero dedicado a la propia Academia, el segundo sobre la Ilustración en Cataluña y el tercero sobre el Arte Abaluartado como estrategia de defensa, obras muy bien editadas por el Ministerio de Defensa y consideradas hoy por los especialistas de recomendada lectura y estudio.

El grupo de trabajo liderado hoy por el ingeniero Manuel Novoa pretende analizar la proyección de estos ingenieros en América, como puente histórico y cultural tendido hacia nuestros hermanos del otro lado del Atlántico.

Por supuesto, la figura impulsora y a la vez controvertida del capitán general D. Pedro Abarca de Bolea, conde de Aranda, un ilustrado reconocido por Voltaire, animador de proyectos e impulsor de iniciativas, cobra una especial relevancia.

Pero en esta madrugada en la que escribo, asumo que la figura de Raymond Carr desplaza a la del conde, considerado por el profesor inglés «una de las figuras más eminentes del reinado de Carlos III, noble aragonés y esprit fort, llamado al poder en 1766».

No sé cuantas ediciones se han publicado de «España 1808-1936» de Carr. Sé que aquella primera edición de Ariel publicada en 1969, fue para mi generación un abierto y fresco impulso para el conocimiento de las raíces de nuestra Historia. En su contraportada reconocía que «está escrito con una rara combinación de pasión entrañable y de fría objetividad» añadiendo que «tiene calidad y méritos suficientes para desempeñar durante muchos años tres funciones: la de informar ampliamente al lector no especializado, la de servir de introducción y guía a los que deseen conocer nuestra historia contemporánea y la de auxiliar al propio especialista como referencia». ¡Objetivos cumplidos! Carr ha contribuido al nacimiento de una nueva y brillante generación de historiadores que han seguido profundizando con brillantez nuestras raíces.

En mi opinión, el profesor de Oxford no pretende pontificar sobre nosotros. Nunca quiso diferenciar nuestros problemas de los de los demás países, es decir nos trató con normalidad, no estereotipados. Por eso sus reflexiones «entraban bien» en nuestras mentes sin producir cortocircuitos. Asumía con modestia que «la tarea de escribir historia exige la constante modificación de las explicaciones». Se defendía en abril de 1968 de las críticas de pensadores de izquierdas por no comprometerse políticamente. «Lo que para ellos es un defecto, para mí es una virtud», respondía.

Son importantes sus referencias al Ejército, a la Iglesia y a los intelectuales en el siglo XIX y en el primer tercio del XX. De estos últimos dirá: «Tan solo aduciré que me ha impresionado una y otra vez su constante fracaso en influir sobre los acontecimientos de modo decisivo, aun en los días de la Segunda República». Por último, destaco su humildad al pedir que sus críticas «no causen ofensa, porque mi obra es el fruto de muchos años de admiración e interés por España».

Creo que un amplio sector de la sociedad española ha reconocido estos meritos de Raymond Carr. Plumas mas importantes que las de este viejo soldado lo harán –seguro– con mayor precisión, pero no quizás con mayor reconocimiento.

Ligado de por vida a la Universidad de Oxford y sus «colleges», fue Premio Espejo de España en 1979 por la obra escrita junto a Juan Pablo Fusi «España, de la Dictadura a la Democracia». En 1983 se le concedió la Cruz de Alfonso X el Sabio y en 1999 el Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales. El jurado valoró entonces «que renovó y modernizó los estudios sobre nuestra historia contemporánea». Y mi admirado Carlos Seco lo definió como «el gran historiador de la España contemporánea que nos vio desde fuera, pero al tiempo muy dentro, metiéndose en nuestra realidad».

Era tal su «peso específico» como historiador que cuando presenté a mi editorial EDHASA un trabajo sobre la Guerra de la Cochinchina, emprendida durante el reinado de Isabel II, que incluía en el prólogo un resumen de las campañas del Gobierno O’Donnell, citaba y corregía unas referencias de Raymond Carr a los muertos en la Campaña de Tetuán que en su libro –seguramente por error de imprenta– (pag 257) cifraba en 70.000 y no en los 7.000 oficialmente reconocidos. Me las vi y deseé para convencerle. ¡Cómo puedes corregir a Carr!

¡Siempre le estaremos reconocidos, admirado Sir Raymond Carr!