Abel Hernández

Sobresueldos y sobresaltos

La frase airada de Soraya Sáenz de Santamaría, la habitualmente apacible vicepresidenta del Gobierno, «en mi puta vida he cobrado sobres» pasará a la historia del parlamentarismo español, aunque la haya dicho en los pasillos del Congreso, como el «¡Manda huevos!» de Federico Trillo, el «¡Váyase, señor González!» de Aznar o el «tahúr del Mississipi» de Alfonso Guerra. En este caso, se trata de un alegato en legítima defensa y de un argumento inapelable de inocencia propia. Nada de blanditas reacciones, poco fiables, como esa tan habitual entre los que están a punto de entrar en la trena de que «tengo la conciencia tranquila». No, esto de Sáenz de Santamaría es mucho más creíble. El énfasis está en la unión de «puta» y «vida», otorgándole al vocablo «puta» carácter de adjetivo calificativo, metafórico, por supuesto. La maliciosa insinuación de la portavoz socialista, Soraya Rodríguez, soltando lo de los sobresueldos o mamandurrias del partido –¡a saber si se trata de dinero sucio!, vino a decir– a su tocaya del Gobierno, que no había aparecido en ninguna lista manuscrita y sospechosa, y al flamante candidato popular a las elecciones europeas, Arias Cañete, ha hecho saltar también a éste, con el barbado rostro enrojecido, amenazando con sentar en el banquillo, previo suplicatorio, a la lenguaraz portavoz, bajo la acusación de denuncia falsa, injurias y calumnias.

Seguramente todo quedará en agua de borrajas. Si acaso, la subalterna de Rubalcaba, que acostumbra a sobreactuar como látigo opositor sobresaltado, incrementará con este lamentable episodio su fama de viborilla y churrullera, pero nada más. Las dos Sorayas son paisanas y han ido al mismo colegio en Valladolid. Así que se conocen bien. Sobraban las puñaladas traperas, que en esas circunstancias personales, duelen más. Es ésta una forma repudiable de hacer política. Las acusaciones personales y, desde luego, las insinuaciones que afectan a la buena fama hay que hacerlas con prudencia, con pruebas irrefutables sobre la mesa y con todas las consecuencias. Lo contrario conduce a la degradación de la política, que es lo que está ocurriendo. Los rifirrafes barriobajeros y tabernarios entre el Gobierno y la oposición sobran. Cuando los ciudadanos observan que los políticos se pierden el respeto entre sí, llamándose abierta y constantemente mentirosos y ladrones, los ciudadanos pierden el respeto y la consideración a la clase política. Actuaciones como la de Soraya Rodríguez, si se comprueba que sus afirmaciones maliciosas en sede parlamentaria carecen de fundamento –y es ella la que debe aportar pruebas concluyentes–, deberían conducir, si la clase política y las instituciones aspiraran a recuperar el favor popular, a su dimisión inmediata o, cuando menos, a pedir públicas disculpas y a prometer que en su puta vida volverá a reincidir en este tipo de frivolidades. ¡Ni sobresueldos ni sobresaltos!