Martín Prieto
Socialistas en busca de autor
A las 11 de la mañana del 28 de octubre de 1982 nos juntamos en el chalecito madrileño de Julio Feo, jefe de la campaña electoral socialista y luego secretario áulico de Felipe, éste, Carmen Romero, José Luis Moneo –médico personal del líder del PSOE–, la esposa alemana del anfitrión, su encantadora niña rubita, un perrito amistoso y este cronista. Los escoltas, que no se hicieron ver, estaban en el garaje con los coches. En todo el día electoral que daría al PSOE su primera mayoría absoluta, no se prendió una radio ni un televisor, como nunca sonó un teléfono. La reunión sólo fue interrumpida por una nota manuscrita de Miguel Boyer, que hizo reír a González. Felipe pidió un whisky, y al desleírse el hielo se formó un sospechoso basural en el vaso. «Julio, cámbiame esto que ya han empezado los envenenamientos». Quien sabía que iba a ganar su primera mayoría absoluta mantenía una tranquilidad beatífica, relajado hasta la ostentación ante el nerviosismo de los demás. Hablamos serenamente del Ejército, de los avatares bancarios de Jordi Pujol, de la histeria de Ruiz Mateos y de asuntos irreproducibles. Contaba que en la campaña le había saludado un teniente de la Guardia Civil que le había pedido disculpas por apellidarse Tejero. «Usted no se preocupe que nosotros vamos a reivindicar hasta los apellidos». Felipe insistía en que estaba dispuesto a molestar a los suyos en su empeño de ser el presidente de todos los españoles. Carmen era un manojo de nervios, alimentada por la falta de comunicación con el exterior y su propia desinformación: «Pero ¿vamos a ganar?». Su marido contestó secamente: «202 diputados». La infernal maquinaria montada por Alfonso Guerra conseguía los datos exactos antes que la Junta Electoral Central. La mayoría absoluta más amplia de la Democracia. Felipe estaba perplejo ante la inclusión en su programa de la creación de 800.000 puestos de trabajo. «¿Quién habrá puesto esto ahí?». Acabada la legislatura, lo que se dio fue la misma cifra pero de aumento de parados. Aún hoy creemos que los programas electorales se pueden cumplir. Las comparaciones no son odiosas, sino inútiles, y no es lo mismo la España en crisis de caballo que los finales de 1982, aunque con Felipe la peseta se devaluaba cada pocos meses, aumentó el desempleo y la Guardia Civil mató a un obrero de astilleros porque la violencia de los manifestantes contra la reconversión industrial era tal que había que dispersarlos con fuego real. Felipe trajo luces y sombras, desde los GAL a la «beautiful people» como vivero de toda la corrupción que vino después. El PSOE como único partido condenado en firme por financiación ilegal. Pero procuró no ser sectario. A los obispos les mandó a Alfonso Guerra para relaciones Iglesia-Estado, con gran alarma de aquellos, y todo transcurrió tan suave que el Cardenal Tarancón y el vicepresidente quedaron como amigos a pesar de los macarrónicos empeños de Guerra de hablar en latín. Felipe llamó a Moncloa al alcalde de Madrid, Tierno Galván (dos grandes ateos), para formar un patronato que acabara la Almudena. En un auténtico «atraco» el presidente convidó a comer a banqueros y grandes empresarios públicos y privados, y les pasó el cepillo: «Es intolerable que la catedral de Madrid lleve un siglo sin terminarse». Hasta Franco había paralizado indefinidamente las obras. Cuando la consagro Juan Pablo II, Felipe fue abucheado a dos voces por ultracatólicos y laicistas. Esos gestos le hacían a Felipe ganarse a la gente y hacerse perdonar todo lo demás.
Con respeto para las personas, en el banquillo socialista no hay un personaje parecido, ni siquiera el Rubalcaba, hoy en fuga. El «monje negro» socialista tenía que haberse retirado con Zapatero, y luego con su estrepitosa derrota ante Rajoy. Y viene a hacerlo ahora, tras unas «europeas» ancilares, pretendiendo controlar su propia sucesión. Patxi López está fuera de foco y ha dejado al socialismo vasco como Pere Navarro a sus correligionarios catalanes: a los pies de los caballos nacionalistas. Madina, que hace de sus silencios una escalera, despierta simpatías como víctima mutilada de ETA, pero no ha demostrado tener uñas de guitarrero para erigirse en líder de un partido que se ha quedado sin texto. Tienen que encontrar un secretario general, pero, esencialmente, un antagonista que plante cara a Mariano Rajoy en las legislativas de 20l6. Pensando en las confrontaciones electorales, destacados socialistas piensan en una mujer como si el género se impusiera por sí mismo y olvidando la precariedad de Valenciano ante Cañete. A Carmen Chacón se le ha quemado la cocina de tanto postularse infructuosamente, y el PSOE parece querer echarse en brazos de Susana Díaz en una cita a ciegas. Que Andalucía sea un silo de votos socialistas no es argumento para que te entreguen el poder partidario. La joven Susana es otra «aparattick» más sin otra fe de vida laboral que su militancia. No sabe lo que es buscar trabajo. Y aunque sea una santa en su peana habrá de responder como «hija» de Chaves y Griñán de lo que entre ERE y cursos de formación, en mancebía con UGT, puede ser una depredación milmillonaria que no es el mejor escenario para quien pretende un liderazgo nacional.
Remedando al fascista Luigi Pirandello, los socialistas están en busca de un autor que ya no es Felipe González a quien ni escuchan desde los desprecios que le hizo Zapatero. Lo peor que pueden hacer es correrse hacia su izquierda, asustados como niños ante un inexistente apocalipsis del bipartidismo o un avance puntual y oportunista de las diversas acepciones del comunismo. Joaquín Almunia, en las generales de 2000, se alió con el Partido Comunista y perdió 125 diputados. Para recuperarse a sí mismo, el PSOE no tiene que hacer tacto de codos con Izquierda Unida, Plural, chavistas, castristas y la galaxia antisistema, sino desenmascararlos y enfrentarlos públicamente como la única izquierda posible del país. ¿No habíamos quedado en que la socialdemocracia es la correcta y compasiva administración del capitalismo?. Pues ése es el texto del PSOE. Ahora todos los actores serán secundarios.
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