Carlos Rodríguez Braun

Socialistas moderados

La Razón
La RazónLa Razón

La consigna actual del PSOE es la de presentarse como «izquierda moderada», mensaje que le dio el mayor éxito de su historia en términos de escaños: los 202 que obtuvo Felipe González en 1982 tras una excelente campaña en la que repetía sin cesar: «Nosotros no somos comunistas». El PC de Santiago Carrillo apenas consiguió entonces cuatro diputados.

¿Servirá ahora la estrategia moderada que tan espectaculares resultados brindó hace treinta y tres años? Nadie puede saberlo, claro, pero la respuesta habrá de brotar de un balance que pondere elementos positivos y negativos.

Los elementos positivos son tres. Por un lado, el candidato, con buena presencia y aspecto de no haber hecho nada malo ni de ser temible. Es decir, como era González en 1982: era de hecho tan joven que tuvieron que pintarle unas inexistentes canas en los carteles electorales para darle un aire de mayor madurez.

El segundo elemento positivo es Cataluña, porque la posición adoptada por el PSOE, de secundar al Gobierno, si bien con el añadido de que quieren cambiar la Constitución, probablemente le represente un activo entre el electorado centrista.

Y el tercer elemento es la posibilidad de diferenciarse del resto de la izquierda. Allí está Podemos de capa caída, jugando ahora ocasionalmente a presentarse como moderado, cuando resulta difícilmente creíble. Y también está Izquierda Unida que, sabedora que en el centro no tiene nada que rascar, se ha lanzado a la conquista del espacio más extremo. Como símbolo, nótese que mientras Pedro Sánchez sugiere revisar el Concordato con la Iglesia Católica, lo que hace Alberto Garzón es liarse la manta a la cabeza y directamente propone cargarse la escuela concertada, es decir, la tercera parte de los centros escolares de nuestro país, con una larga tradición y un apreciable respaldo popular.

Junto a estos tres puntos favorables, el PSOE enfrenta dos elementos de sentido contrario. El más importante seguramente es el pasado. Está demasiado cerca José Luis Rodríguez Zapatero, y muchos socialistas sospechan que la derrota a la que los condujo su desastrosa gestión no se debió exclusivamente a la crisis económica sino también a los bandazos que, precisamente, los alejaron del centro político. Zapatero, en efecto, no es simplemente un gobernante que subió los impuestos, sino el que removió los muertos de la Guerra Civil, atacando el espíritu de la Transición, y el que dijo que aceptaría lo que se aprobase en el Parlamento de Cataluña –la nación es un concepto discutido y discutible–, ya se sabe. Por fin, el segundo elemento desfavorable es la estrategia del PP, que también ha padecido un apreciable desgaste electoral y que ha decidido, con toda lógica, jugar a la carta de que ellos son realmente los moderados, mientras que Sánchez y sus secuaces son la «izquierda radical», aprovechando los pactos PSOE-Podemos. De momento, los elementos negativos parecen superar a los positivos.