Jesús Fonseca

¿Somos felices?

Que los españoles lo tengamos chungo, no significa que estemos tristes. La felicidad nunca es triste ni alegre, es la felicidad. Y, además, el catastrofismo y la infelicidad no van de la mano, menos mal. Una cosa es que no nos creamos casi nada y, otra muy distinta, que andemos lloriqueando por las esquinas. Hay cabreo, que es cosa muy distinta. Hay miedo a quedarse con una mano delante y otra detrás. En algunas cosas, estamos al límite. Pero que las expectativas sean poco halagüeñas para el futuro más inmediato, no nos hace unos desdichados. «Quien no es feliz con poco no lo será con mucho», avisa el Tao Te Ching, uno de los más fecundos tesoros de la sabiduría perenne. Pero a lo que iba: ¿por qué será que, a pesar de estar tremendamente desilusionados con tantas y tantas cosas, los españoles seguimos estando entre los más felices del Universo? Lo dice un estudio de una consultora mundial realizado en 60 países y conocido estos días. Algo que a mí no me extraña nada. Que la felicidad consiste en estar sanos, dormir a pierna suelta y despertarse sin remordimientos alguno, es algo muy arraigado entre nosotros, por suerte. Aquí, todos dando opiniones de lo mal que nos va y lo peor que nos va a ir. ¡Por qué no se callarán! Basura, pura basura. A los españoles, ni nos gusta el tono apocalíptico, ni creemos que esto lo vayan a resolver unos profetas de catástrofes, emperrados por superarse cada día con una noticia que nos haga temblar, por más que todo sea posible. ¡No nos vamos a suicidar! Hay que huir de esa gente como de la peste. La plenitud de la vida es nuestra felicidad. Ni hemos perdido el corazón ni la cabeza, ni nos arrebatarán nuestra alegría; el gozo de estar vivos.