Cástor Díaz Barrado

Sondeos y realidad

Se acercan las elecciones europeas y ninguno de los candidatos se cansa de insistir en que nos jugamos mucho en estas elecciones y que, en Europa, se decide buena parte de nuestra vida cotidiana. Es verdad, pero los ciudadanos no parecen entenderlo o, al menos no se ha interiorizado que la pertenencia a la Unión Europea no es un mero símbolo ni afecta sólo a cuestiones de identidad sino que, asimismo, repercute en las condiciones de vida y de bienestar. En esto, los líderes políticos y las élites de los países europeos van por delante de la sociedad. Los ciudadanos aún no hemos despertado del sueño y seguimos pensando, equivocadamente, que los Estados son la solución a los problemas y a nuestras inquietudes. Sin la Unión Europea seríamos más débiles y nuestro nivel de vida se vería reducido. ¿Qué tendrá la defensa de las identidades que tiende a crear espacios estáticos y posiciones inmovilistas? No hay forma de convencer a la sociedad de que es bueno participar en las elecciones europeas y reforzar, así, el sistema democrático. No existe apenas movilización, ni tan siquiera intelectual, cuando se avecinan los comicios europeos. Las sociedades cometen errores y nosotros estamos incurriendo en ellos. Debemos transmitir a las nuevas generaciones que la Unión Europea es imprescindible y que, por supuesto, hay que ser europeístas. La más mínima debilidad será aprovechada por quienes no creen en la Unión y por quienes abogan por la fragmentación. La solución es Europa y el camino es Europa. En las próximas elecciones y en el transcurso del proceso electoral todo parece indicar que se van a producir, al menos, tres comportamientos: por un lado, un relevante nivel de abstención y, desde luego, una escasa movilización social en favor o en contra de las diversas posiciones políticas. Quizá la movilización sea mayor en aquellos que mantienen posiciones antieuropeas. Por otro lado, todo estará impregnado de las cuestiones nacionales y de las preocupaciones de alcance local y poco importarán, a la postre, las cuestiones europeas. Por último, se avecina un ascenso de las posiciones contrarias a la Unión Europea y, en consecuencia, un fortalecimiento de los nacionalistas. Por fortuna, parece que los partidos políticos partidarios de la Unión seguirán teniendo una mayoría más que suficiente en el Parlamento Europeo. La realidad debe imponerse y no se deben escuchar los cantos de sirena que provienen de los nacionalistas. Pero debemos estar atentos. Es necesario asentar y consolidar la Unión Europea y esto no se logra sin esfuerzo y, menos aún, con desgana.