José Luis Requero
Sosiego y rapidez
Como es habitual desde hace tres décadas, los telediarios siguen abriendo desde los tribunales. Esta cotidianeidad de la vida política española ha propiciado muchas expresiones tópicas. Por ejemplo, hace semanas Ussía se refería a la expresión «mis abogados». Lo normal es que cuando alguien normal tiene algún problema legal vaya a «su» abogado; sin embargo el poderoso acude rodeado de «sus abogados»; un despliegue de poderío que no responde a la lógica procesal. Otro tópico es el archirrepetido «presunto», lo que no deja de ser sino un tributo periodístico a la presunción de inocencia.
Hay tópicos muy de los políticos. Un ejemplo es eso de «respeto la decisión de los tribunales». Se trata de una pudorosa declaración que sigue normalmente a decisión desfavorable o «varapalo», otro tópico periodístico judicial. Ante la opinión pública el político «varapaleado» queda bien: demuestra mesura, respeto; ahora bien, lo normal es que el respetuoso político subrogue su indignación en la Prensa propicia o encargue a tertulianos de presa que vociferen por él. Serán ellos los que descalifiquen al juez «varapaleador».
Ya forma parte del argot político y mediático el consabido «dejemos trabajar a los jueces» o reclamar «sosiego» para el trabajo judicial. Lo primero no lo entiendo. Da la sensación de que cuando el juez está en el despacho se le cuelan decenas de cotillas que le revuelven los papeles o le interrumpen con impertinencias; con lo segundo parece que se quiere para el juez un ambiente monacal, delicado, que trabaje entre notas de arpa. Ni eso ni la taquicardia, pero si por ese «dejemos trabajar» o por el sosiego se entiende no interferir en sus decisiones y que las actuaciones judiciales sigan su curso, sorprende que los mismos que eso reclaman le exigen que actué con rapidez o celeridad: que resuelva cuanto antes.
El deseo de rapidez o encierra mala fe o una profunda ignorancia de cómo trabajamos los jueces. Mala fe si busca que el mal trago de la investigación pase cuanto antes y que sus efectos tengan el menor efecto devastador. En definitiva, que el juez haga una faena de aliño: cuatro capotazos y envíe el escándalo de turno cuanto antes al desolladero. Eso sí, con sosiego.
Pero la deseada rapidez también puede evidenciar mucha ignorancia. Ante los escándalos que pueblan la vida política, el juez se enfrenta a complejos entramados delictivos de ardua investigación, una trama que lleva a otra, sociedades y cuentas enmarañadas, negocios simulados, falsedades, cuentas en paraísos, contradicciones, ocultaciones mutuas, etc. y eso no se aclara de un día para otro; además –y esto se olvida– ese juez debe seguir tramitando otros muchos asuntos que se agolpan en su juzgado. La figura del «juez especial» hace décadas que desapareció.
También hay ignorancia en cuanto a cómo trabajamos los jueces. A veces me ha ocurrido que al concertar alguna cita o una comida, mi interlocutor me suelta eso de que «nuestras secretarias se pongan de acuerdo»: ¿mi secretaria?, ¿tenemos cada juez una secretaria particular? Pues no. No me extrañan tales sorpresas si vemos cómo se las gastan otros. La semana pasada un alto cargo político acudió a la Audiencia Nacional; llegó en un coche del partido y con tres personas a su servicio: el chófer, un abogado y una asesora personal. Todo para declarar como testigo.
El juez trabaja sin asesores, letrados ni eso que se llama «colaboradores»: cada uno saca adelante su trabajo solito y con un personal que no puede elegir. Es una elucubración de filosofía cañí, pero se entenderá: ontológicamente una ley, un decreto y una sentencia tienen el mismo valor, son las manifestaciones propias de cada poder del Estado. Pero hay una diferencia: no creo que haya diputados o ministros que empleen sus tardes, noches o fines de semana para redactar en sus casas leyes o decretos, en cambio los jueces nos vamos cada día a casa para redactar de nuestra mano las resoluciones.
Para que haya credibilidad en esas reclamaciones de sosiego y rapidez podrían empezar los políticos por ser sinceros y dar medios a la Justicia. Ellos seguirán rodeándose de asesores y abogados, seguirán siendo presuntos mientras lo sean y su proclama de respeto sí sería creíble. Aunque reciban un varapalo.
✕
Accede a tu cuenta para comentar