Cristina López Schlichting

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La Razón
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He leído un listado de recomendaciones para descansar profundamente. La primera no es dormir más ni hacer deporte, es la desconexión digital, sustituir el teléfono inteligente por un zapatófono y cortar el cordón umbilical con la noticia constante. España es el país del mundo con más alto consumo de whatsapp. Mi hija acaba de regresar de Berlín y me mira estupefacta cuando pongo el smartphone junto al plato a la hora de comer o consulto los mensajes en plena película. Me ha hecho ver que manejamos el ipad o el iphone en mitad de una reunión, como si los interlocutores no mereciesen ser atentamente escuchados. O que hay parejas que comparten una comida de restaurante consultando cada uno un gadget. La realidad virtual se ha impuesto a cualquier delicadeza, a todo principio de urbanidad. Nos embarga la ansiedad cuando despistamos el teléfono (cosa que ocurre una o dos veces al día) o cuando parpadea una señal en la pantalla y no podemos atender porque llevamos una fuente de espaguetis entre las manos. La era digital ha triplicado nuestra capacidad de trabajo. Ya es posible despachar la correspondencia mientras se mantiene una conversación por Twitter y se esperan respuestas por whatsapp. El resultado es una progresiva aceleración de hábitos y un inmediato aburrimiento cuando un estímulo digital no entretiene unos extraños, pocos minutos libres en la sala de espera del médico. Cada segundo se emplea en consultar los periódicos on line, bucear en la red o comunicarse. Se acabó. Voy a aprender de nuevo a contemplar en silencio, mantener conversaciones a pesar de los inevitables remansos, esperar a quien se demora y desconectarme del flujo de noticias hasta el periódico del día siguiente. Serán vacaciones digitales.