Julián Redondo
Su Majestad
Hotel Hilton, Lausana, 4 de julio de 2013, horas después de que la candidatura de Madrid revertiera a su favor la corriente de opinión que la descartaba con vergonzosa antelación para organizar los Juegos de 2020 y cuya exposición ante la Asamblea del COI mereció la máxima puntuación de Pere Miró, a la postre presidente de Solidaridad Olímpica y hoy asesor de Thomas Bach. Todavía estaba lejos la bochornosa tomadura de pelo de Buenos Aires. Prosigo: hallábase el Príncipe de Asturias en animada charla con José Manuel Santos cuando hasta ellos se acercaron el presidente de Suiza en 2013, Ueli Maurer, y su secretaria, que se dirigió al dignatario colombiano para presentarle a la primera autoridad de la Confederación Helvética. Fueron tan directos al objetivo que no repararon en la presencia de su Alteza Real, quien, al cabo de un par de minutos y de intervenir en la conversación, hizo un paréntesis para presentarse al anfitrión con exquisita naturalidad. Maurer tragó saliva, don Felipe sonrió, le tendió la mano y restó trascendencia a la metedura de pata.
El talante conciliador de Felipe VI es un valor reconocido, por eso resulta ignominioso y de pésimo gusto escuchar la pitada de una multitud maleducada y teledirigida en el Camp Nou en la final de Copa. No menos escandaloso es que quienes, como Gerard Piqué, tienen en su mano rebajar la tensión y abogar por el rechazo de esas modas tan impertinentes como generalizadas carezcan del valor suficiente para defender de las hordas a su más fiel y destacado aliado, amparándose en una malentendida y tramposa libertad de expresión.
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