Toni Bolaño
Suárez-Mas: las odiosas comparaciones
Artur Mas valoró ayer el liderazgo y la capacidad de asumir grandes riesgos del ex presidente Suárez. Luego añadió que sin la asunción de estos riesgos «difícilmente se puede aspirar a ir bien». En su atribulada búsqueda de referentes políticos el presidente catalán se ha identificado con Obama, Martin Luther King, Gandhi, Mandela y con el pueblo judío. Hoy le ha tocado a Adolfo Suárez. Mas, seguramente, quiere comparar el proceso de secesión con las importantes decisiones que tomó el presidente Adolfo Suárez desde 1975 hasta 1980. Las comparaciones siempre son odiosas, pero en este caso mucho más. Adolfo Suárez siempre apostó por el acuerdo y el entendimiento, lo que cual no es antónimo de riesgo. Artur Mas apuesta por el enfrentamiento político y social. Su único riesgo es tomar decisiones equivocadas.
A la muerte del dictador Franco, la política de oposición en Cataluña estaba capitalizada por la Asamblea de Cataluña, una amalgama de fuerzas políticas que agrupaba desde los democristianos de Antón Canyelles hasta los independentistas del PSAN pasando por los diferentes movimientos socialistas, el PSUC, la recién fundada Convergencia Democrática de Jordi Pujol y el Front Nacional de Cataluña, entre otros, además de personas individuales luego viejos conocidos de la política como Josep Lluís Carod Rovira. La Asamblea de Cataluña se dividía entre los partidarios de la ruptura y los valedores de una transición acordada. Las elecciones de 1977 agudizaron los enfrentamientos entre las diferentes fuerzas. Los partidos de izquierda afianzaron su hegemonía con las elecciones de 1977 al presentar una candidatura unitaria en el Senado que logró la totalidad de la representación de los senadores catalanes.
Suárez consideraba un paso inexcusable para lograr la estabilidad de la democracia la recuperación de las instituciones catalanas, pero entregar el poder a la Asamblea de Cataluña hubiera generado tensiones con los sectores más inmovilistas del régimen franquista y se corría el riesgo que las fuerzas más radicales se hicieran con el control de la situación, haciendo imposible una transición en Cataluña. En esta situación Suárez toma la decisión más arriesgada en Cataluña. Entregar la presidencia de la Generalitat provisional al presidente de la Generalitat en el exilio: Josep Tarradellas.
Con este paso, Suárez daba un paso de gigante en la recuperación de las instituciones catalanas pero ponía al frente a un hombre de ideología nacionalista pero con un amplio sentido de estado. En su retorno con su famoso «Ja sóc aquí», Tarradellas añadía un «Ciutadans de Catalunya» en lugar de catalanes. Todo un guiño a la pluralidad de la sociedad catalana y a la estabilidad política. El Gobierno de Tarradellas quedó compuesto por los partidos que más amplia representación habían obtenido en las elecciones del 15 de junio. Se quedaron fuera los grupos partidarios de la ruptura. Luego Suárez movió más piezas. Sus partidarios en Unió Democrática fueron expulsados y Antón Canyelles fundó Centristas de Cataluña, que fue la segunda fuerza catalana en las elecciones de 1979, con 18 diputados, y fue la fuerza clave para que en 1980 Jordi Pujol fuera elegido presidente de la Generalitat.
Con la disolución de la UCD la mayoría de Centristas de Cataluña recaló en la CDC de Pujol como Eduard Punset. Otros siguieron con Suárez en el Centro Democrático y Social, como Antoni Fernández Teixidó, que fue consejero de Trabajo en el último Gobierno de Jordi Pujol. Sólo la soberbia de Artur Mas puede equiparar este arriesgado encaje de bolillos que perseguía el consenso, la recuperación de las libertades y las instituciones y la consolidación de la democracia con su proceso soberanista. Quizás porque no es un líder quien quiere sino quien puede.
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