Ángela Vallvey
Suiza
Suiza es una gran porción de tierra y lagos rodeada por otros países a lo largo y ancho de todas las fronteras de su territorio. Es un espacio interior, que se alza hacia el cielo, pero que no ha tenido el escape, la posibilidad del mar acariciando alguna de sus inexistentes costas. Sólo el cielo le supone una frontera al otro lado de la cual se encuentra la libertad, las distancias sin límite, la no agresión del espacio vacío. Allá donde mire Suiza se topa a su vez con la mirada de algún extranjero que la observa desde su lado limítrofe. Incluso «La guerra de las Galias», de Julio César, corrobora la idea de enclave asfixiante, aislamiento y bravura de los antepasados de los actuales suizos. Las palabras de Julio César sirven, hoy como entonces, para ilustrar cómo la situación geográfica de la Confederación Helvética ha modelado profundamente su historia y su cultura, de una manera más intensa aún si cabe de lo que podría ocurrir en cualquier otro país del globo.
Yo admiro, como Julio César, esa tierra de gentes valerosas que cuando deciden partir no temen quemar las naves por si sienten la tentación del regreso; los suizos no desconfiaban de marchar allende sus fronteras, y tampoco temieron abrirlas un día para alojar gentes nuevas, de razas y culturas diferentes, que han terminado transformando el paisaje cultural, e incluso urbano, de su patria. Un Estado que nada tiene que ver con la idea del Estado-Nación napoleónico, pero que desde la más absoluta diversidad regional, comarcal –e incluso de aldea–, ha creado un país de una fuerte unicidad e identidad nacional.
No se debe confundir jamás a Suiza con un «indecente» paraíso fiscal, ¡nunca ha sido cosa tan indigna! Pregúntele si no al corrupto de turno de su comunidad autónoma...
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