Cristina López Schlichting
Tarradellas contra Pujol
«A las 5 de la tarde, acompañado del diputado Juan Casanelles, fui a la Generalitat a visitar al presidente Companys para manifestarle nuestra disconformidad con la política que una vez más se realizaba, rogándole que evitara todo lo que indicaba que iba a suceder aquella misma noche, es decir: la ruptura por la violencia de las relaciones con el Gobierno. No se nos escuchó, la exaltación de un nacionalismo exacerbado pesó más (...) La demagogia había hecho su obra y el desastre se produjo». Esperemos que estas palabras de Josep Tarradellas sobre el golpe de estado del president Lluis Companys y su proclamación del Estado Catalán en octubre de 1934 no sirvan para anticipar lo que, entre esta noche y mañana, pueda hacer Carles Puigdemont. Pobre Cataluña, parece condenada a repetir una y otra vez los mismos errores.
Salvador Sánchez-Terán, quien fuera gobernador civil de Barcelona y encargado de Suárez para traer del exilio francés al presidente de la Generalitat, me dijo en Findesemana de Cope el domingo que «lo que le falta a Puigdemont es la experiencia de Tarradellas y, en particular, la de la guerra civil». Fue la conciencia de los errores del pasado republicano lo que hizo de Tarradellas un hombre profundamente español y catalán, encantado con la democracia encabezada por Don Juan Carlos. El Rey lo nombró marqués de Tarradellas en 1986. El título al viejo cofundador de Ezquerra Republicana fue todo un símbolo de la transición española y la reconciliación.
Pero desde Tarradellas se ha recorrido un largo y no siempre acertado camino. Conviene repasar, en esta semana en que se cumplen los 40 años del «Ya estoy aqu» del primer presidente de la Generalitat, la carta que publicó en La Vanguardia en 1981, afeando la conducta de Jordi Pujol y denunciando su conducta de nacionalista excluyente, empeñado en labrar la separación de Cataluña del resto de España. De aquella misiva hay dos aspectos pavorosamente premonitorios.
El primero, sobre la lengua. «Es necesario –escribe Tarradellas– tener el coraje de decir que los problemas de la lengua y la escuela han sido provocados en gran parte por la actual Generalitat (...) la cuestión de la lengua se ha convertido en un problema político y partidista». ¡Extraordinaria lucidez menos de un año después del nombramiento de Pujol! El viejo republicano certificó desde el principio que el nuevo president estaba implantando los fundamentos de un nuevo estado catalán.
El otro punto sobrecogedor de la epístola es la descripción del método utilizado para enfrentarnos: «Están utilizando –precisaba– un truco muy conocido y muy desacreditado, el de convertirse en el perseguido, en la víctima; y así hemos podido leer en ciertas declaraciones que España nos persigue, que nos boicotea, que nos recorta el Estatuto, que nos desprecia, que se deja llevar por antipatías hacia nosotros». Treinta y seis años después, el embrión que Tarradellas detectó en Pujol se ha convertido en un gigantesco problema para todos. Que no se repita la Historia.
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