Francisco Nieva

Teatro de crisis

Tan bajo ha caído la escritura dramática que se llegan a componer comedias en las que el supuesto autor se apropia, copia y plagia trozos enteros de otras piezas, teatrales o no, poesías, pensamientos y discursos ajenos con la mayor desfachatez. Y son numerosos los espectáculos que consisten en este «patchwork» literario aprovechando la incultura o inocencia del público actual. Hay que hacer entretenimiento y dinero a toda costa, pasando muy por encima de la ley de la propiedad intelectual. Y resulta por demás sorprendente que esto no se sancione por vía legal, que nadie proteste y acuse de plagio al supuesto autor.

Actualmente se dan por originales textos dramáticos en los que este apropiacionismo parece un recurso legal y oportuno de «inflar el perro» de una producción con galas ajenas, trozos escogidos de lo que sea y del género que sea, con tal de causar efecto con carta de legitimidad. Todo es de todos y de todo podemos usar para que el teatro siga funcionando y haciendo taquilla y divirtiendo a un público ignaro, desinformado culturalmente y pasivo como un rebaño de ovejas al que conduce un mal pastor y traga con todo lo que se le brinda. Esto es ahora el público popular, el público por antonomasia. Y es también resultado de una crisis de la producción dramática, el síntoma de una pobreza imaginativa como nunca se ha visto ni se verá.

Pues bien, por mucho que esto sorprenda y escandalice a una minoría, semejante proceder es legítimo. En el mejor de los casos, supongamos que alguien se sirve de varios trozos escogidos de «La Ilíada» y «La Odisea» y compone con ello un espectáculo entretenido, lo firma como autor y cobra derechos. No hace menos que un homérida antiguo. El relegar la enseñanza de las Humanidades da como resultado un público juvenil cuya demanda sólo es de diversión, venga de donde venga, y para muchos este recurso toma y relega el puesto de la vanguardia: progreso y novedad en el transcurrir de las artes. Nos enfrentamos a un público puerilizado y carente de toda cultura humanística, un público en blanco. Pongámonos en su lugar, comprendámoslo y daremos por buena la labor apropiacionista de muchos supuestos autores. No se ha encontrado la manera de eludir un semejante proceder, si se quiere que continúe la fiesta pese a todo, que los teatros se llenen, que se siga haciendo taquilla. El «Titanic» se hunde a los sones del «Danubio Azul». Esta es la impresión que yo tengo y que compartiré con otros de mi cuerda. Mi protesta caerá en el vacío. Lo que no se puede hacer, no se debe hacer. Y punto.