Alfonso Merlos

Terremoto neocomunista

Golpe en toda regla. En un sector tan decisivo sociológicamente en Andalucía como la extrema izquierda. Era de esperar. Y se han cumplido todos los pronósticos. El movimiento de tierra por los neocomunistas, ultras y «antisistema» de Podemos ha sido espectacular.

Los destrozos son los que son. Si hubiesen sido mayores, eso habría significado la desaparición de facto de Izquierda Unida, heridas de muerte, el toque de gracia para los hijos de Julio Anguita. Si hubiesen sido menores, eso habría supuesto un formidable balón de oxígeno para una formación en la que no se sabe si gobierna Cayo Lara, Alberto Garzón o simplemente nadie.

Pero son los que son: descalabro, ma non troppo. ¿Por qué? Hay un motivo evidente. IU ha dejado de ser –si alguna vez lo fue– la coalición que ha defendido los derechos y los intereses de los obreros. Y, ¿qué ha pasado a ser? Otra cosa. Un grupo de políticos que no ha condenado con la suficiente contundencia y persistencia la corrupción, que incluso se ha confundido con ella, que no ha atado en corto al PSOE, que se ha puesto de perfil ante el choriceo en determinadas ocasiones. Y de esos pretéritos polvos vienen estos lodos.

Pero hay más motivos. Es obvio que la imagen de determinados individuos apoltronados en el poder degustando insuperables mariscadas ha sido penalizada. Esa estampa es la de la casta que disfruta de privilegios, que no responde ante la opinión pública, que se tapa los oídos y los ojos ante las protestas ciudadanas, que se suma a manifestaciones por la regeneración hipócritamente, que entiende que la nueva oleada de camisetas moradas es una moda pasajera.

Urge una recomposición de filas en IU. No deben partir de cero, pero casi. El mapa ha cambiado. Y eso quiere decir que desde Sevilla y Madrid han de desarrollar una nueva estrategia, un nuevo discurso, un plan, un mensaje. Hay adversarios que les han desbordado, que les han metido la mano en la cartera llevándose votos a mansalva. Y si no hay una reflexión profunda, urgente, acertada, el tortazo en las municipales y autonómicas estará garantizado.

No es fácil. Los votantes revolucionarios, rebeldes, se han apuntado a una nueva marca: la que no está manchada, la que no ha tocado poder, la que tiene todo el camino por delante, la que promete el paraíso y la salida fácil y rápida del paro y la precariedad y la pobreza (¡ahí es nada!).

Pero no es todo. Ahí están los votantes que en el pasado han respaldado a IU porque formaba parte del «establishment», y ahora buscan al emergente y potente caballo ganador. Está en la naturaleza humana. Sumarse a la corriente triunfante. Y esto explica un trasvase de papeletas que ha significado fuga para Antonio Maíllo y recaudación para Teresa Rodriguez.

El recuento de sufragios deja además a la luz dos grandes debates. El primero, el de un PSOE que ha sido parcialmente destronado como comandante en jefe –en solitario– de la izquierda y más allá (la fragmentación, la diversificación...). El segundo, el de una IU que ha sido casi totalmente defenestrada como estandarte del radicalismo rojo.

No es mal día éste para subrayar el célebre aforismo de Churchill. La democracia es el peor de los sistemas políticos, si exceptuamos todos los demás. En el sur de España se ha premiado al partido que más cargos tiene implicados en casos de corrupción. Se ha castigado casi hasta el descalabro al que con más énfasis ha denunciado tanto mangoneo y tanto desgobierno.

Y ahí, en el centro, recibiendo por todas partes, ha quedado una Izquierda Unida que ha pagado su indefinición, a la que le han movido la silla, que no sabe dónde sentarse, ni cómo. ¿Esto lleva a concluir que estamos ante el principio de su fin? Perfectamente. Podría.