Alfonso Ussía
Tíos
En la política española los cuñados se llevan la palma en lo que respecta a compartir el poder. No tanto los hijos, que han sido vencidos abrumadoramente por los sobrinos. Nadie se atreve a contratar a un hijo como asesor de libre designación, pero los sobrinos abundan en los gabinetes. Y las sobrinas. –Señor Alcalde, ¿quién es esa mujer enloquecedora que comparte con usted el despacho? –Es mi sobrina, que vale mucho–. El tío no es influyente, porque el parentesco carece de garra. Además, la voz ha perdido respeto por el uso que le aplica la nueva jerga. Todos son «tíos» y «tías». «No me fío de esa tía» o «no te pases, tío» son dichos habituales entre gentes de la misma edad, ignorancia y desgobierno. El mayor elogio que puede dedicarse a un hombre o una mujer de la generación que aún reluce es que son «un tío o una tía de puta madre». La «puta madre» es la que establece la grandeza de la bondad, la calidad y la cualidad de las personas. –¿Qué tal es?–; –al principio, si no lo conoces, te puede parecer un seta y un pereza, pero en el fondo es un tío de puta madre–.
El tío, como elemento a enchufar en la política, carece de atractivo. Por otra parte, nada hay más desconsolador que ver a un tío llevándole la cartera a un sobrino. Como ser el padre y trabajar a las órdenes del hijo.
–Papá, que sea la última vez que llegas tarde a la oficina. A la próxima, te mando a casa para siempre–; –perdona, hijo mío, no volverá a ocurrir–. Y el padre que abandona el despacho de su hijo, y éste a su vez, le comenta la situación a su sobrina que vale mucho. –Está sin ilusión, y no voy a tener más remedio que echarlo–. –Harás muy bien, tío mío–; –tucana–; –puma–; –cierra la puerta y acércate–.
Para colmo, lo del tío del coreano. El tío del coreano es hermano de la madre del coreano, y la madre del coreano se casó con el padre del coreano que mandaba todavía más que el coreano actual. En pocas ocasiones he visto llorar a un cuñado con tanto desgarro anímico como sollozó el tío cuando falleció su cuñado. Un lío este párrafo. Para mí, que el tío no zollipaba por el cuñado, sino por su futuro. El sobrino coreano es muy malo, y el tío lo sabía. Lo conocía desde niño, cuando le pedía a Papá que le cortaran la cabeza al profesor de matemáticas porque le caía mal, y Papá le entregaba la cabeza del profesor de matemáticas sin ningún tipo de agobio o problema. Entonces el tío se puso a negociar con los chinos, y el sobrino ordenó su detención, le quitaron las medallas, posteriormente el uniforme, y lo soltaron en pelota picada en una zona cerrada con ciento veinte perros de presa a los que no habían alimentado en tres días. El tío duró muy poco. Y la barbaridad de matar de esa manera a un tío ha dejado de comentarse porque el sobrino es el dirigente de una nación comunista, y opinar que un dirigente comunista es un asesino desalmado no es políticamente correcto porque se pueden enfadar Llamazares, Lara, Gordillo, Cañamero , Wyoming y los Bardem, que no ruedan en Corea sino en Hollywood, que es un sitio donde alimentan a los perros con tenaz asiduidad. No entra en cabeza humana que un dirigente asesine a un pariente soltándole ciento veinte perros de presa hambrientos, pero si alguno, en una ráfaga de diabólica locura, lo hubiera hecho o intentado, ya estaría en manos de la Justicia internacional. Sucede que Corea del Norte, la nación más militarizada del mundo es el paraíso de los antimilitaristas del buenismo comunista, y el coreano cuenta con el apoyo y la admiración de Fidel y Raúl Castro y de Nicolás Maduro, circunstancia que hace callar a quienes se dicen defensores de los derechos humanos.
No está bien asesinar de esa manera a un tío, hermano de la madre de uno, cuñado del padre, general del Ejército y vicepresidente de Corea del Norte. Demuestra muy poca humanidad practicar ese tipo de ejecuciones sumarísimas. Fidel y Raúl Castro no lanzaron a los acantilados preferidos de los tiburones, como hacía el dominicano Trujillo, al general Ochoa, héroe de la Revolución. Lo fusilaron sencillamente. Para mí, que este bestia de Corea, por comunista que sea, por estalinista y maoísta que sea, por guevarista que sea, merece como poco, un coscorrón. Y le han perdonado hasta el coscorrón.
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