Alfonso Ussía
Tonto del debate
«El problema de España es la estupidez». La estupidez de los españoles, claro está. Acertado diagnóstico del filósofo don Gustavo Bueno. Aplaudo aún más su valiente calificación después de leer que los votos de dos millones de ciudadanos dependen del desarrollo de los próximos debates. Han sido incapaces de analizar y almacenar en su inteligencia cuatro años de vivencias, aciertos, errores, conformidades o discrepancias políticas y sociales, y lo dejan todo a expensas de unos debates que tienen una calidad intelectual inferior a los que protagoniza en la cadena italiana esa chica tan vehemente y desnortada a la que llaman «princesa del pueblo».
El debate electoral –es la referencia– nace en los Estados Unidos con el enfrentamiento entre Nixon y Kennedy. No se trató de un debate profundo político, ni de una discusión de altura, pero demostró el poder de la imagen. Kennedy era guapo, inteligente, sonriente y elegante. Y Nixon era feo, correoso y nada atractivo. Las feministas me van a perseguir con sus peores artes, pero a Kennedy le hicieron Presidente del Imperio las mujeres. A partir de ahí, en todas las elecciones de las sociedades libres el debate se ha convertido en una obligación democrática, cuando no es así. Se crea un ambiente de escándalo si un político decide no acudir a un debate. «Es antidemocrático», dicen los escandalizados. No. No es antidemocrático, sino inteligente. El gobernante que ha gestionado el poder durante un período de tiempo no va a convencer a sus detractores ni a los descontentos, ni entusiasmar a sus partidarios por un puto debate. Y los aspirantes a sucederlo, carecen del tiempo necesario para exponer sus programas y sus críticas, y no consiguen otra cosa que protagonizar un guirigay de cacareos de muy reducida repercusión.
Cuatro años son suficientes para que los ciudadanos decidan su voto. Al menos, para que los ciudadanos con capacidad de reflexión lo hagan sin tener que soportar el tedioso espectáculo de un debate en el que todos son los buenos y el resto son los malos. No obstante, nadie obliga a seguir un debate y son muchas las opciones que concede la libertad para invertir mejor el tiempo. Pero debe quedar claro que no participar en un debate es otra posibilidad que la libertad otorga, no un ataque contra la democracia.
Cuatro años de Gobierno y cuatro de Oposición suman y consuman el verdadero debate. Se trata de asimilar y analizar los errores y los aciertos. Una campaña electoral es insufrible. Habría que establecer un máximo de siete días de campaña. En una semana se dicen menos tonterías, mentiras y falsas promesas que en un mes. En los decenios de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo, un mes de campaña permitía a los políticos recorrer el país –me refiero a las naciones democráticas–, y pedir el voto en todos los territorios. Hoy, se puede visitar en un día Cataluña, Galicia, Extremadura y Andalucía sin excesivo esfuerzo. Basta cambiar el «catalanes» por el «gallegos», «extremeños» y «andaluces» y se queda muy bien. Absurdos mítines, cuyos asistentes ya están convencidos. Vano espectáculo.
–¿A quién vas a votar?–; –todavía no lo he decidido. Te lo diré después del debate–. Ahí tienen a un tonto. El «Tonto del Debate», que merece figurar en el Diccionario de Tontos que, cada uno por su cuenta, estamos compilando Antonio Burgos y el que firma. Como el «Tonto Sostenible», el «Tonto de la Tricolor», o el «Tonto que se tropieza en la sardana».
En fin, que don Gustavo Bueno no ha dicho nada nuevo. El mérito es haberlo manifestado sin miedo a la incorrección política. El gran problema de España es la estupidez. –¿Quién ganó el debate?–; –el que no fue, tonto–.
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