Champions League

Alfonso Ussía

Tópico melancólico

La Razón
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Durante la primera parte de la prórroga de la final de la Copa de Europa disputada en Milán, vi campeón al Atlético. El Real Madrid estaba fundido. Bale, Cristiano, Modric y Marcelo no podían correr, Casemiro aguantaba. Y el malagueño Isco, ese gran jugador de fútbol-sala, parecía un futbolista rápido. Pero al Atlético, una vez más, le alcanzó la melancolía, y con mejor tono físico que el Real Madrid, no se atrevió a jugársela a cara o cruz. Melancolía que comparte, principalmente, con Diego Simeone, que se acuclilla en las grandes finales.

En los minutos previos al comienzo de la final, las cámaras de televisión nos mostraban planos de las dos aficiones madrileñas. Y en la expresión de los bravos seguidores atléticos se advertía una incomprensible congoja. Los madridistas aparecían más relajados, fronterizos a la indiferencia, una sensación colectiva sostenida por la seguridad que concede la historia del club blanco en esta competición.

La victoria del Real Madrid me produjo una inmensa alegría, que se mezclaba con una sincera y honda misericordia hacia los derrotados. Pero lo intenté explicar hace semanas en mi artículo y mis amigos atléticos me reprocharon la prepotencia. No se trataba de una prepotencia aventurada, sino de una realidad incontestable. El Atlético se arruga ante la mujer deseada, la orejona, antaño ánfora. Las nubes invaden las mentes de sus jugadores y no pueden poseerla. Me confesó el gran Manolo Santana una predisposición mental, obsesiva, que le impidió ganar a un tenista muy inferior que le tomó la medida. Santana venció a Rod Laver, a Roy Emerson, a Newcombre, a Roche, Pietrángeli, Ralston... pero jamás triunfó al larguirucho Fred Stolle, infinitamente peor que el genio madrileño.

Los atléticos merecen mucho. Mucho respeto, mucha admiración y mucha comprensión. Pero es un tópico melancólico su merecimiento de ganar la Copa de Europa. «Europa está en deuda con el Atlético de Madrid». Falso. En tres ocasiones han tenido la oportunidad de llevarse a casa el título deseado, y en las tres ocasiones no lo han conseguido. Hay que saber perder, y sobre todo, para triunfar, hay que salir a ganar, sin complejos, sin nubarrones, y sin prudencias defensivas. El sábado no supieron machacar a su adversario, que fue mejor durante el tiempo reglamentado, y llegó a la prórroga dolorido, lesionado y exhausto.

Los penaltis son crueles, pero lo son para todos. Me dolió –lo aseguro–, el fallo de Juanfran, que es un futbolista ejemplar y honrado como pocos. Y me maravilló la seguridad de Lucas Vázquez, ese extraordinario y joven madridista felizmente recuperado. El primer penalti hay que meterlo para ganar, y Lucas Vázquez lo hizo ante un portero que está entre los tres mejores del mundo y en una final de la Liga de Campeones. No se dejó llevar por la melancolía, porque la melancolía estaba plenamente instalada en sus adversarios.

Tuvo el Real Madrid muchas más ocasiones de marcar goles durante el partido. A veces jugó como sabe y en tramos del encuentro jugó como lo hace habitualmente el Atlético. Pero se derrumbó de cansancio. Los habrá todavía que le nieguen la grandeza futbolística a Bale, que ha sido muy culpable del brillante final de temporada del Real Madrid. Cuando se echó Cristiano sobre el verde de San Siro, no me alarmé. Cuando lo hicieron Bale y Modric, vi al Atlético campeón. Pero no supo serlo. El fútbol no es una enciclopedia de melancolías, sino un deporte en el que ganar es lo fundamental. El Real Madrid ganó su undécima Copa de Europa. El Atlético perdió su tercera y meritoria final. Sucedió el sábado y mañana será otro día, pero nadie está en deuda con el Atlético. Es el propio Atlético el que tiene que aprender a saldar su morosidad europea.