Toros

Alfonso Ussía

Toros y caza

La Razón
La RazónLa Razón

Las corridas de toros y la caza comparten una misma honra. La que les concede el odio irracional, paleto e inculto de sus enconados enemigos. Existe una diferencia. Los Toros cuentan con un, todavía, apoyo de los medios de comunicación. De la información y crítica taurina han nacido y crecido extraordinarios escritores y poetas. Y en todos los periódicos la sección taurina, desde abril a octubre, se abre generosamente con un espacio fijo para la información de ferias y corridas. La caza carece de esa generosidad. Para leer artículos de venatoria hay que acudir a las publicaciones especializadas. Consecuencia del buenismo animalista, que ignora que casi todos los animales que se cazan y se pescan son también cazadores y pescadores. En el ABC de mi juventud, firmaban textos cinegéticos Jaime de Foxá, Alfonso Urquijo, el conde de Yebes y muchos más. En aquellos tiempos también había detractores de la caza y de los toros, pero no militantes. En España hay una gran tradición literaria vinculada a la caza, el campo y la naturaleza. Y formidables ilustradores, como Yebes, «Barca», Mariano Aguayo, Josecho Lalanda y otros artistas que han igualado, como poco, al holandés Rien Poortvliet o al inglés Rodger McPhail, maravillosos dibujantes. Muchos ingenuos militantes del animalismo ignoran que el mejor ilustrador de caza, Rien Poorvliet es el mismo autor de los Libros de los Gnomos. Sus originales pertenecen al Tesoro de Los Países Bajos y su venta está prohibida.

Es motivo de ternura general la visión del gatito y el perrito caseros, ahora llamados mascotas. Uno y otro son implacables cazadores, y lo llevan en sus instintos. Esa ternura no la comparten los ratones, los conejos y las perdices. Días atrás, en plena Sierra Morena, asistí a un espectáculo devastador. Un gran jabalí macho, molesto por la cercanía de una hembra con sus rayones, arremetió inesperadamente contra uno de los pequeños y lo acuchilló, después de lanzarlo por el aire, desde el cuello hasta el vientre.

Y todos tenemos la grabación de la manada de lobos en Asturias atacando y cazando a un estupendo y altivo venado.

Cazar, y hacerlo deportivamente y con limpieza, no es matar. El cazador es un enamorado del campo y gracias a esa pasión la caza existe y es garantía de centenares de miles de puestos de trabajo. Pero los periódicos rechazan los artículos de caza, la literatura venatoria, ignorantes de una realidad que se resisten a tener en cuenta. Entre sus abonados y lectores fijos, al menos en LA RAZÓN, ABC y otros medios orientados hacia el liberalismo o el conservadurismo, hay muchos más aficionados a la caza que al animalismo puro y duro. Y más aficionados a los toros que enemigos de los toros, aunque en lo que respecta a la tauromaquia, la prensa no tiene complejos de culpa. De culpa de no se sabe qué, pero de culpa. En «Público» no, probablemente, pero el ejemplo resulta a todas luces irrelevante.

Muchos cazadores, al igual que la Reina de Inglaterra, quieren más a sus perros que a sus hijos. Y prefieren el rececho, el aguardo o el puesto cimero de una montería al disparo. Mi gran amigo Ricardo Escalante es como su padre, el inolvidable Manolo Escalante, un loco de la caza que disfruta más con el lance que con el tiro. Y llega el jabalí, o el venado hasta su puesto, y en lugar de disparar le anima a que corra más para huir de su afición. El amor por las mascotas y el amor por la caza no sólo no están reñidos, sino que se complementan. Perico Castejón, gran rehalero, además de los perros de su rehala, convive con una perrita por la que ha perdido la cabeza. Su mujer, Verónica Patiño, nieta del mítico conde de Teba, asegura que ella es la segunda mujer de su casa, detrás inmediatamente de la perrita.

La literatura venatoria –y ahí tenemos a Ortega y Gasset y Miguel Delibes, entre otros–, es una joya cultural en España. Quizá muchos españoles que cierran los ojos a la orden de mando de lo políticamente correcto, merecen saber que nunca, en la Historia, los campos y las sierras españolas han albergado la cantidad y calidad de animales que en el día de hoy. Y se cazan muy pocos, y por parte de los cazadores, siempre ajustados y sometidos a las leyes. Los cazadores, entre los que me hallo muy a gusto, son en su mayoría educados, buenos amigos, deportistas, amantes de los animales y enamorados de la naturaleza. No alcanzamos la cualidad artística de los toreros, pero como ellos, somos humanos, tolerantes y buenas personas.

La caza es cultura, y la cultura no puede ser despreciada por los medios de comunicación. Quien no quiera leer colaboraciones venatorias que haga lo mismo que yo cuando me topo con un artículo de Maruja Torres. Paso la página y sigo leyendo.