Pedro Narváez
Torrentismo ilustrado
Miles de españoles verán a partir de hoy la última entrega de «Torrente», pero a la que preguntas a algún letraherido levanta la nariz como si el interfecto dejara en el retrete unas gotas de Chanel número 5 en lugar del correspondiente mojón. Además de hacer taquilla, Santiago Segura hace patria como en su tiempo los directores que ocultaban tras el disparate costumbrista una sátira atroz e incluso triste de los tiempos que entonces estaban cambiando para bien y que ahora se autodestruyen en el vertedero. «Torrente» fue una hipérbole y hoy, sin embargo, es un moderado esperpento si se le compara con la realidad que nos lleva a hacernos la eterna pregunta: cómo hemos llegado hasta aquí. España ha superado a su caricatura hasta tal punto de que el director cambió sobre la marcha a Bárcenas como sinónimo de insulto por el de Pujol porque ya supera al primero en la categoría de ilustres decepciones. El ex popular sigue de preso preventivo y al ex Molt Honorable lo tratan con la delicadeza de Mimosín, no vaya a derrumbarse el casteller de la independencia. Ésta es una reflexión del que firma, no de Santiago y cierra España. La butifarra se ha convertido en chorizo. El torrentismo como movimiento filosófico supera en su agudeza al regeneracionismo, un palabro infame una vez que Blesa acumula más caspa en sus trajes a medida que la camisa ahíta de lamparones del detective. Santiago Segura, a quien la mayoría tomaba como un chistoso ocurrente, se convierte así en lo que tal vez nunca pensó: un visionario surrealista que ordeña mala leche de las vacas de Buñuel. Y además, reírse de la desgracia propia igual nos resta un lexatín aunque en los ratos libres sigamos leyendo a Pizzolatto.
✕
Accede a tu cuenta para comentar